Rincón
Casa Tomada
Nicolás llegó a Rincón 1330 en moto, de cuero, con una
morocha de pelo corto que no tardaría en apostarse detrás de la barra. Cruzó la
espesa puerta de madera para entrar a su centro cultural y puso una cara similar
a la que habrá exhibido Orión cuando Lanzini abrió el superclásico a los 45
segundos.
Adentro había más de 20 locos colgando banderines a lo
ancho y largo de las paredes, levantando mesas, acomodando enormes carteles con
dibujos de colores, pegando mandalas, cebando mates, abriendo bolsos con
corbatas de cotillón, sombreros y pintura. Cortaban, picaban, cavaban como si
fueran los enanos de Blancanieves después del tratamiento que hizo Messi en el
Barcelona para venir más alto.
Su coequiper, indefenso, había estado rezando para que el
dueño del circo llegara a hacerse cargo de la situación. Rincón Casa Cultural,
ese hogar de San Cristóbal devenido en punto de encuentro para artistas, horas
antes custodiado por un abuelo que tocaba milongas entre las casillas bajo el
puente de la autopista 25 de Mayo, estaba tomado.
Nicolás pidió, con su mejor mirada de ovejero alemán en
guardia, que despejáramos los pasillos, que no acumuláramos bolsos en las
mesas, que tuviésemos cuidado a la hora de pegar cosas en las paredes. Fue todo
en vano. El pintoresco centro cultural ya había sido arrasado por una plaga que,
de ser necesario, te pinta el Vaticano de rojo y despierta a los cardenales con
AC/DC al palo.
El
universo tras las cortinas
Fueron llegando los que faltaban, como nómades que
construyen ciudades a su paso. Levantaban stands con artesanías, equipaban el
escenario de amplificadores e instrumentos, le cambiaban la yerba al mate,
montaban una radio en vivo, pintaban una galería de arte en tiempo real.
Tiempo real. Dicen los que fueron al Arcoíris más grande del Mundo que el tiempo, como en
los corros de las hadas, transcurría diferente. Al cruzar las cortinas de
colores del primer umbral, ellos te llevaban a su universo.
-Lo que pasa es que allá el tiempo es diferente –explicaba
el mecánico mientras rastreaba con ahínco la pieza que les faltaba para reparar
la nave espacial y volver a su galaxia, esa que en el centro, en vez del sol,
tiene al arcoíris. –Allá, a la música, mientras la vamos escuchando la componemos.
Che, en serio, si no aparece la chifurínfula para arreglar la nave, le ponemos
dos alas a un bondi y nos volvemos –recapacitaba, de repente, preocupado.
-¿Pero con dos alas un colectivo va a poder volar?
-¡Bueno, hombre! ¡Le ponemos cuatro!
Un
mundo ideal
Es hermosamente loco que los lugares con los que fue
colaborando Tu Tiempo es Hoy tengan tanto que ver con nuestros valores,
idiosincrasias, objetivos.
En 2012 quisimos aprovechar la música, esa que cada fin
de semana se mezclaba con cervezas y amigos en el bar Pelthom de José C. Paz, para
ayudar. O crear una herramienta para aquellos que, como nosotros, no saben de
qué manera hacerlo directamente, en el campo de batalla. Ahí nos cruzamos con
Silvia. La historia ya está gastada, pero va de nuevo:
Una mujer y su marido, en un barrio humildísimo de Merlo,
con un hijo que padecía una grave enfermedad que lo tenía en cama, con
parálisis cerebral. Matías sólo demostraba estímulos a través de la
música. Y así vivía, igual que nosotros, las 24 horas del día escuchando música
que lo hacía respirar, llorar, sonreír, patalear, caerse del colchón de la
contentura más de una vez. Como una enviada de un planeta lejano, Silvia se
cargó al hombro el almuerzo de los pibes del barrio, que un día eran 20 y al
otro más de 100. Hoy Mati no está físicamente, pero toda la energía de su
música se transformó en el sueño de construir el comedor en el fondo de la casa
de Silvia.
Hace menos de un mes fuimos a conocer la Escuela N° 8 del
barrio Cildáñez. Estábamos planeando un evento que juntara a gente de distintos
puntos del Conurbano (y hasta un belga terminó cayendo, mirá), que tuviera a los
colores como hilo conductor, que invitara a un grupo de extraterrestres que nos
cruzamos en el camino a contar cómo era la vida en su dimensión desconocida.
Cómo era su sociedad, que en vez de usar los colores para clasificar o dividir,
necesitaba de la mezcla para seguir girando.
Entre mensajes en una pizarra, biromes colorinches y
música boliviana que se fundía con los pedidos de ropa en un barrio arrasado
por el agua durante las inundaciones del 2 de abril, conocimos a Guillermo. El
director. Un director que tenía más de alienígena camuflado que de docente
acartonado y mandón. Un tipo que tiene el colegio abierto después de que suena
el timbre, hasta los fines de semana, alguien que decidió juntar a docentes, alumnos,
padres y madres de comunidades paraguayas, bolivianas y argentinas para bailar
morenada, murga y cuanto ritmo folclórico latino sirviera para unirlos a todos.
Un director que trajo a los suyos al centro cultural de
San Cristóbal el domingo 5 de mayo. Vinieron con vestuarios coloridos, plumas,
trenzas, vasos para brindar y un show para compartir. Fue una de las bailarinas
quien contó que, cuando llegó al país, mostrar la cultura de Bolivia la
avergonzaba. Pero que ahí estaba, entonces, bailando junto a su hija y su
marido, para nosotros, junto a nosotros, y podía decir con la frente al techo
que le daba orgullo.
-Tomé unas copas de más –dijo el director Guillermo desde
el escenario –pero lo valioso de esto es rescatar la unión.
Eso es lo que decíamos, viejo. Juntos, podemos crear un
mundo de papel, de colores o de risas.
Un
día después
Uno termina agotado (como seguramente aquellos aventureros
que se hayan comido este texto hasta acá), los domingos de eventos. Evento.
Saco libretita:
pensar
un nombre en vez de “eventos”. Evento suena a feizvuk o a conferencia empresarial
en un hotel de Puerto Madero
Terminamos cansados pero extasiados. Todos. Cada vez más.
Porque –y no es joda- el que lo vive, descubre que hay otras formas de sentirse
útil. Ya Renzo, uno de nuestros dibujantes estrella (está Vero, a veces Carli,
Berni o el Pollo que dibujan con el photoshop), lo dijo una vez:
-La cosa (así arrancó) es pasar por este mundo habiendo
dejado algo. Descubrir qué tenemos para hacer acá, nuestra misión mientras pasamos por esta vida.
El Arcoíris más grande del Mundo estuvo basado en una
historia real. Por eso, y como en las películas, les dejamos, antes de los
créditos, el repaso de lo que hizo el tiempo con nosotros:
-Los extraterrestres recibieron la misteriosa
colaboración de un donante secreto que les compró una chifurínfula nueva en la
calle Warnes. Así, el mecánico pudo arreglar la nave y todos volvieron a casa.
Mandaron un mensajito cuando llegaron. Todo OK.
-Los músicos siguieron tocando por el camino con Toti de
los Jóvenes Pordioseros a la cabeza. Llevaba una flauta para guiarlos. No como
el de Hammelin. Era una flautita de la panadería de acá a la vuelta.
-Un niño quedó encerrado en una burbuja gigante hecha por
Demián Zen y se fue volando hasta Choel Choel.
-Las chicas (cada vez más hermosas, todas ellas, dice el
público) y los chicos (cada vez más panzones, también dicen las malas lenguas) que integran
Tu Tiempo es Hoy juntaron $ 452 de rifas que serán destinados a comprar
ladrillos para seguir construyendo el comedor de Merlo.
-Las cajas se llenaron de útiles escolares y cartucheras que
se llevó la gente de la Escuela N° 8 (Reino de Tailandia).
-El belga se ganó un dibujo en las rifas y se lo llevó en
avión, enrollado junto a su bolsa de dormir.
-Los locos que están formando una bola de nieve cada vez
más brillante se llevaron todas las estrellas que iluminaron el Arcoíris más
grande del Mundo. Dicen algunos que la vieron rodando por Pavón, rumbo a Lomas
de Zamora. Si alguien la ve, se solicita no dar aviso a la policía. Déjenla
rodar, que puede crear otro mundo nuevo en cualquier momento, en cualquier
lugar.