martes, 10 de diciembre de 2013

Tu cielo es hoy

Por Ariel Caravaggio

Cuando me preguntan si estoy nervioso, antes de los tiempos, siempre digo que no, que nunca. La siguiente consulta suele ser si tenemos todo listo. Entonces yo respondo que sí, pero que todavía nos falta ajustar una tuerca, perfeccionar un detalle: manejar el clima.
Como no hay gloria sin pena, siempre corremos contra el clima. Algunos se pasan la semana previa al domingo tiempista mirando el pronóstico en el sitio oficial de la NASA. Los más entrados en años le dan bolilla a Confesore. Otros negamos ciegamente cualquier posibilidad de precipitaciones y, cual cuerpo técnico de Alfio Basile, creemos que con no pronunciar la palabra “lluvia” bastará para que no se condense el vapor de agua contenido en las nubes.
Corrimos a lo largo de todo 2013, este entero año al revés que nos tocó vivir con la grata certeza de no haber perdido el tiempo, una carrera contra la lluvia. En el Mundo de Papel, el Arcoíris más Grande del Mundo, la Fábrica de Risas, la Estación de Sueños y el Almacén de Tiempo, los días que fuimos a lo de Silvia a agarrar la pala para avanzar despacito con la construcción del comedor “Matías, Primero los Niños”, hasta cuando tuvimos que trasladar donaciones en camionetas y colectivos mangueados, el cielo nos amenazó, desafiante. Pero nos tenía jurada una última batalla.
Como el ruso Iván Drago para Rocky, como el Tiranosaurio para el tipo de lentes oscuros de Jurassic Park o Alberto Samid para Mauro Viale, el cielo encaró la contienda final de esta película recargado.
Eran las seis de la tarde cuando tenía que arrancar a bailar Pentagrama y el cielo se iba poniendo gris oscuro, negro. Un vientito levantapolleras nos ponía la piel de gallina, pero los más optimistas ni querían mirar a Ariel y Andrés, los sonidistas. Como negando una enfermedad evidente, replicábamos la cábala.
-No va a llover, ¡No va a llover! –nos gritábamos para calmarnos. Ya La Payana había sobrevivido al sopor de las cinco de la tarde y el calor que le doró la espalda a más de una tiempista cedió. Claro, era ir de Guatemala a Guatepeor.

viernes, 15 de noviembre de 2013

El Día al Revés

Imaginate que esto es el avance de un estreno de Hollywood. Una profecía oculta en una milanesa. La búsqueda de respuestas a un mensaje misterioso. Un supermercado chino, un sabio compañero de redacción, un personaje con extrañas habilidades y una historia que revelar. Napoleón, Cleopatra y el próximo festival de Tu Tiempo es Hoy, todo reunido en un cuento. Acomodate en la butaca y conocé el principio del final.

Por Ariel Caravaggio

-Milanesa foltuna. Es milanesa foltuna.
El chino del supermercado intentaba explicarme que, como las galletas orientales, la suprema rellena de jamón y muzzarella tenía también adentro un mensaje adelantando el futuro.
-Foltuna. Pincha con tenedol, ¡milanesa foltuna! –se exacerbaba el chino y, antes de perder la compostura, empezaba a atrincherarse en su dialecto a grito pelado con su mujer, que naturalmente estaba en el lado opuesto del local, sacando el pan caliente del horno mientras cortaba 100 gramos de mortadela para una señora del barrio y pasaba un trapo húmedo donde se había roto un frasco de aceitunas.
No me mintió. El primer indicio llegó cuando freía las milanesas y el aceite empezó a frichular con la melodía de “Si se calla el cantor”, de Horacio Guarany. Una vez en el plato, entre el tomate flotando en aceite y limón, el tramontina se frenó solo ante una textura diferente.
Un papel amarillento, enrollado en el medio del queso que chorreaba derretido, guardaba un mensaje que pude leer después de limpiarlo cuidadosamente con la servilleta.

Vendrá la hora en que tendrás
la cabeza donde van los pies
Ya va siendo tiempo que estés
viviendo el Día al Revés
VIII XII XIII

Por más fijo que la mirara, la milanesa no arrojaba explicaciones. La comí antes de que se enfriara y, sin preocuparme por llegar tarde al trabajo, volví al supermercado.

Como si le estuviera hablando de un producto vencido que compré en su local, el chino, ahora apostado en la caja con una sonrisa idiota y una taza de té de la que colgaba el saquito, arrojó un dardo que repetiría hasta mi hartazgo:
-No entendo ¡No entendo!

No perdí el tiempo y acudí a la única persona capaz de responder todos los interrogantes y solucionar todos los problemas (o de últimas, si no se puede, tomar unos mates para olvidarlos).
-Esto me hace acordar a una historia -dijo Juan Tejedor, mi primer editor, un Merlín criollo que fríe las papas fritas con la grasa del jamón crudo, después de escuchar la historia del mensaje y la milanesa de la fortuna. Acercó una silla y se acomodó los lentes con el índice.
-Había un tipo, cuando yo trabajaba en La Razón, que se llamaba Marquitos Duval y usaba el mouse de la computadora al revés. Te hablo de hace 20 años. Marquitos Duval se había comprado una computadora y, como nadie le explicó cómo usar el mouse, se acostumbró a ponerlo al revés, con los botones para abajo. Lo manejaba fenómeno, eh. Pero esa no es la historia. Un día, mientras lo elogiábamos, apareció el Paraguayo, que también era periodista en el diario. Lo vio y dijo: "Eso no es nada. Yo escribo al revés". Todos nos quedamos mirándolo. Cómo era el apellido del Paraguayo… la puta, no puedo acordarme.
Bueno, cuestión que el tipo había tenido no sé qué problema en las piernas y se pasó dos años en cama, inmovilizado. Durante ese tiempo, su único contacto con el mundo exterior era una ventana que, como estaba del mismo lado que el respaldo de la cama, veía a través de un espejo. El Paraguayo se acostumbró a leer los carteles de la calle a través del espejo, al revés. Y desarrolló la capacidad de escribir al revés. Nosotros, cuando nos contó esto, no le creímos. Hasta que empezamos a dictarle, y el Paraguayo escribía las palabras y oraciones de atrás para adelante. No sólo eso: le trajimos dos biromes y dos papeles. ¡El tipo escribía con las dos manos a la vez! con una al derecho, con otra al revés. Me salió un versito -Juan hizo silencio. Yo me quedé mirando al horizonte, risueño pero algo escéptico.

-Es una historia muy loca, Juan. Pero ¿Qué tiene que ver con el mensaje que encontré en la milanesa?
-Ah, ni idea. Pero fue un día notable. Podría... podría rastrear al Paraguayo, la verdad. Lo saludo, y de paso te paso el contacto. Si alguien sabe de cosas al revés, ese es él.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un túnel al tiempo

El pasillo de entrada a Cultura del Sur se convirtió, un buen día, en un corredor con artesanías, muestras de fotos y mensajes que llevaban a un espacio donde la música, el calor y las ganas de ayudar se mezclaban en una gran ensalada dominguera: el Almacén de Tiempo. Si te lo perdiste, entrá a repasarlo.

Por Jazmín Bullorini 
 
Un pelilargo de barba candado vestido con una remera de Los Ramones y look punk pone una bolsa con azúcar, salsa de tomates y fideos en la caja de donaciones que había en El Almacén de Tiempo. Lo precedió un pelado de pantalones hippies que había estacionado su bici en la puerta de Cultura del Sur para dejar su aporte. Ellos y cientos de personas más, el domingo pasado se acercaron a Meeks 1066 armaron una fiesta de solidaridad, arte y rock que terminó con dos camionetas repletas de alimentos y juguetes para el comedor El Progreso de Lomas de Zamora, donde Eva recibe a más de 60 chicos cada día.
El patio-pasillo de la entrada, como de media cuadra de largo, ofició de túnel del tiempo. No es que te llevara al futuro ni al pasado precisamente, pero sí a un tiempo paralelo en el que el domingo no tenía ese bajón reflexivo de siempre. “Sorprendente”, diría cualquier propaganda de Sprayette. Y sí, así fue.
La jornada arrancó, como siempre, con el escuadrón de los guirnarleros decorando el lugar (Advertencia: cuando los veas, corré. No te quedes quieto porque te estampan una estrella de cartulina en la jeta, yo sé lo que te digo). Los artesanos armaron sus puestos y cerca de las 16, familias, grupos de amigos y la misma Eva con su marido e hijos empezaron a llegar, ninguneando a la lluvia que amenazaba desde temprano. Esa secuencia se extendió hasta bien entrada la noche, cuando seguían entrando los que venían a ver a las bandas. Como consecuencia directa de tantos visitantes, la pila de donaciones crecía y crecía.

sábado, 26 de octubre de 2013

El Almacén de Tiempo

Cuenta la leyenda que en el barrio El Progreso, de Ingeniero Budge, existe una mujer que hace magia: cocina para 60 chicos de la zona con más amor que ingredientes culinarios. Otra historia mitológica dice que si cierta cantidad de personas se reúnen con un objetivo común, pueden ganar un tiempo y conquistar los relojes. Como estamos a favor del conocimiento empírico, fuimos a corroborar que hay magos en el Conurbano y, el 10 de noviembre, organizamos un conjuro en equipo para ayudarlos.

Por Ariel Caravaggio

Harry Potter tiene lo suyo, hay que admitirlo. No por nada conquistó a una generación entera de jóvenes y batió récords de ventas en todo el mundo. El pibe, un huérfano perdedor criado por sus dos descorazonados tíos, obtiene de prepo una beca para hacer la carrera de hechicero y, a la corta o a la larga, combatir la maldad en el mundo.
Pero no hace falta tomarse el tren en un andén embrujado de Londres para viajar a tierras de fantasía. Con el 553 a Ingeniero Budge alcanza. A cuadras de la escuela primaria N° 48 de Lomas de Zamora, en Luis Viale y Lisandro De la Torre, Eva hace magia todos los mediodías para cocinarle a 60 pibes con, por ejemplo, 20 milanesas que deben durar 15 días. Eso es lo que recibe, entre otras cosas que, en general, no son suficientes.
El comedor El Progreso oficialmente se llama, desde hace 32 años, Centro Cultural y Deportivo El Progreso. Hereda su optimista nombre del barrio en el que se levantó, con ayuda de referentes políticos, tres décadas atrás. Pero la fuga del vil metal, combinada con las sombras que tapan esos rincones de las ciudades que no todos quieren o logran ver, fue gastando las paredes y las manos de quienes atendían las necesidades de los pibes de Ingeniero Budge.
-Mi hermana era la encargada y presidenta. Cuando se enfermó del corazón, me pidió que lo cuidara hasta que se pusiera bien –recuerda Eva, que tiene dos canicas negras bien abiertas por ojos y puede relatar su historia en la enfermería del comedor y, a la vez, descubrir sin mirar afuera que uno de los chicos que terminó de almorzar se va con un juguete. -¡No te lleves eso, dejalo adentro! –lanza por la ventana y da en el blanco.

jueves, 3 de octubre de 2013

La fase experimental de los viajes en el tiempo


Queríamos hacer algo con el tiempo, pero algo bueno. Sentíamos la necesidad de pensar qué hacer con él cuando lo tenemos, también cuando decimos que no nos alcanza. Entonces le pedimos a Juan Tejedor que nos ayude a imaginar qué pasaría si no existiera el tiempo, ya pensando en el próximo evento, que nos llevará de vuelta al sur el 10 de noviembre en Cultura del Sur, Temperley.  Pasen y lean, el gran Tejedor nos da la bienvenida a un lugar sin relojes, donde el tiempo se mide en lo que hacemos con él. Y, como si vos no hacés nada, no hay tiempo, nosotros te invitamos a hacer.

Por Juan Tejedor
En la máquina del tiempo
Tony, Douglas viajarán,
Douglas, Tony viajarán.
No regresarán.
(Hugo Cipollatti Arias)

Lo que los doctores Douglas Phillips y Tony Newman descubrieron en 1968 fue que el tiempo está ahí. Todo el tiempo. Que todo el tiempo está ahí todo el tiempo. Lo que descubrieron, también, fue el camino para ir, venir, recorrer. Para llegar allí donde está el tiempo. E hicieron el recorrido, es decir, lo probaron; comprobaron que era cierto. Como hizo Colón con el camino a América, cuando puso el huevo de pie.

Como Hollywood y sus sucedáneos siempre deforman para mal las historias reales, la teleserie “El túnel del tiempo” muestra de una manera entre irreal y estúpida las experiencias de Tony y Douglas. En este programa emitido por la cadena de broadcasting ABC a lo largo de 1966 (¿cómo pudieron emitirlo en 1966 si el experimento recién se puso en práctica en 1968? La respuesta es obvia. Y la palabra “recién”, equívoca) los dos científicos andan siempre de acá para allá, de ahora para antes y después, co-mo aventureros megalómanos, ora intentando salvar el Titanic, ora echándole agua al fuego de Nerón, o peleando contra los filibusteros berberiscos, o tratando de devolverles la conciencia a humanos del futuro vestidos de papel aluminio. Siempre queriendo cambiar la historia y desinteresados –absurdo, tratándose de hombres de ciencia—de la importancia de su propio experimento: saber qué hacer con el tiempo, y cómo.

La verdad es que, después de algunas idas y venidas, Tony y Douglas descartan el valor de los viajes turísticos. En especial, los viajes al pasado que invariablemente modifican el futuro y, entonces, al volver al punto de partida no sólo es otro el presente sino también el pasado que devino este presente, por lo que hay que volver, una vez más, a aquel pasado para actuar allí en base a este nuevo presente y no al presente anterior. Se genera, evidentemente, un error de redundancia cíclica, algo que cualquiera que haya intentado copiar archivos guardados en un viejo CD sabe que es un “error fatal”. 

lunes, 26 de agosto de 2013

Los padrinos mágicos

Desde hace varios años, la ONG Grandes Esperanzas consigue padrinos que hacen regalos personalizados para el Día del Niño a cada uno de los chicos que asisten al comedor de Merlo "Matías, los Chicos Primero". Aprovechando el festival de la Estación de Sueños, nos sumamos a la movida y la abrimos al público facebookero. Fueron 124 las personas que se coparon para armar un paquete con juguetes, ropa, útiles y cartitas a nenes de esa institución y de la fundación Aprendiendo a Aprender, de San Miguel. A continuación, tres historias que confirman que todos los fines de semana del año deberían ser aprovechados a tiempo.

Por Ariel Caravaggio

El futuro alcalde

Fotos: Majo Rodriguez Villarroel
No fue el único, Kevin Barrios. Pero fue el primero que reclamó públicamente, con una telaraña azul pintada en la cara y un brillo de picardía que se repitió en cada una de las miradas sub 14 de un fin de semana para no olvidar.
-Yo quiero conocer a mi padrino –dijo el petiso de 8 años, y el destino quiso que todos los círculos cerraran.
El padrino de Kevin era Nicolás, un compañero de trabajo, una buena persona, un pibe entusiasta y noble que encontró una forma de matar la muerte, de mantener al mundo girando y encender el sol: arrancarle una sonrisa a un pibe del barrio Constantini, de San Miguel, que va a apoyo escolar con la admirable Guadalupe Capustrini.
Nicolás le había puesto particular dedicación a la responsabilidad que había asumido. Empezó dejando un comentario en una foto de Facebook, esa herramienta moderna que muchos menosprecian, la que otros tantos usan para protestar porque el Gobierno esto, porque Lanata aquello, que pum, que pam, questo, quelotro. “Feliz día, Kevin”, comentó Nicolás. Y no quiso armar un regalo sin saber quién era su ahijado virtual.

jueves, 22 de agosto de 2013

Diario de un tiempista

A la caja de objetos perdidos de la Estación de Sueños (si nadie la vio, es porque se perdió), una señora acercó bien entrada la noche un cuadernito negro con la banda elástica rota. No tenía firma ni datos de su dueño, aunque era evidente que se trataba de un diario íntimo. El texto de un tiempista perdido llenaba las últimas páginas de enojo y descripción. Pasen y vean.

Por Luis Moranelli

Querido diario: 

Tengo bronca, mucha. Vuelo de calentura porque no puedo entender cómo no me di cuenta antes.
Sí, ya sé, no esperabas que empiece así mi relato de la Estación de Sueños. Menos con la excitación con la que el sábado te conté los últimos detalles: que los palos pintados de verde, que los regalos de los padrinos, que de aquí, que de allá. Pero bueno, los finales no se eligen.

Matías Jovet
Igual, pará. No es que la pasé mal, nada que ver. El tema fue otro. Me acuerdo y me da más bronca todavía.
Todo arrancó como siempre; impecable. Un grupo de 20 desquiciados corriendo por el predio de la Universidad de General Sarmiento pegando cantidades estúpidas de guirnalas, armando juegos que no se le ocurrieron ni a los productores del programa de Guido Kaczka, cortando estrellitas, corriendo escenarios, moviendo cajas que antes de empezar ya estaban llenas de donaciones, armando el corralito de Majo para los padrinos, dando forma a la estación con barrera y todo, y una lista larga de etcéteras. Si hasta vinieron nuevos voluntarios que vieron luz y pasaron a dar una mano.

martes, 23 de julio de 2013

Aprendiendo a soñar

Fotos: Majo Rodriguez Villarroel
Por teléfono, pensé que era una nena.
-Hola, sí, con Guadalupe Capustrini…
-Sí, soy yo -contestó con una frescura que me enfrió la oreja.

Hasta conocerla, la imaginé chiquita, indefensa, soñadora. Sólo en lo último acerté. Golpeé las manos con ansiedad en el 3888 de Marcos Sastre, a metros de Pichincha, pero tardé en descubrir que la fachada verde esmeralda era un truco para engañar los sentidos. El lugar era al lado, donde un cartelito de madera indicaba desde el garage “Fundación Aprendiendo a Aprender”.
Abrió Manuela y estiró el misterio. Su hija estaba adentro, dando vueltas alrededor de la mesa rectangular que recibía embates de crayones, biromes y lápices. Así es todos los sábados a la mañana y varias tardes durante la semana, cuando familiares, vecinas y docentes del barrio Constantini, en el Oeste de San Miguel, ayudan a la joven maestra a llevar a cabo un proyecto que arrancó, como casi todos los que aparecieron en nuestro camino, con una historia trágica devenida en utopía cristalizada.

Guadalupe daba clases en varias escuelas de San Miguel hasta que un sábado de septiembre de 2010 (que justo, justísimo era el día del maestro) amaneció sin poder moverse. Pasaron días, viajes, estudios, tratamientos sin que nadie pudiera aclararle el horizonte.

Bueno. Hasta acá tenía yo, de relato. En realidad había un par de párrafos más, pero no daba en la tecla. Ni en la cuerda, ni en el blanco ni nada. Leía y releía lo escrito, pero no caminaba. No encontraba la forma de transmitir lo que vimos ese sábado a la mañana, bajando del 269 cartel rojo, en la atmósfera que se respiraba en esa casa, en los ojos de Walter cuando no entendía el verb to be, en las tazas de mate cocido, las galletitas, los crayones, los juguetes desparramados en el patio.
Por suerte le mostré el texto a una de esas personas lindas que nos toca cruzarnos mientras vacacionamos en esta galaxia.
-Por qué no te vas a dormir, y mañana lo agarrás renovado. Cuando algo no sale, no sale.

Fue lo que hice. Y el mañana de ayer, que hoy sería hoy, recibí un mail de Guadalupe. Entonces descubrí que nadie mejor que ella iba a terminar de contar su historia. Por eso, copio y pego lo que me escribió en la previa de la Estación de Sueños, el próximo tiempo de Tu Tiempo, el festejo del Día del Niño, el domingo en que vamos a ayudarnos entre todos y ayudarla a ella.


Hola Ariel! Principalmente te queríamos agradecer la visita a la Fundación y el interés por tejer redes. Te cuento un poco mi situación actual...

viernes, 19 de julio de 2013

Juan y la Estación de Sueños

Con Malena trabajamos juntos, pero apenas sabía de su interés por los mundos fantásticos cuando la invitamos a introducirnos a la Estación de Sueños con un texto. Resulta que su abuelo, un contador que debió ser dibujante, le narraba cuando era chica la historia de un tren en el que pasaban cosas raras. Ese relato hoy nos lleva al próximo tiempo, el del Día del Niño en la UNGS, además de hacernos pensar en las vías que se conectan con el paso de los años, en el inoxidable recuerdo de una nena, la noble imagen de un abuelo y el eterno sueño de mejorar el mundo que, descubrimos, está a un cerrar y abrir de ojos.
Por Malena Baños Pozzati
Con dos dedos de cada mano se pellizcó los pantalones a la altura de las rodillas y tiró un poquito para arriba mientras se dejaba caer en el asiento. Así le había enseñado a hacer su madre el día que Juan se puso los largos y empezó a trabajar. Aunque apenas tenía una pelusa de barba, se afeitaba todas las mañanas para estar bien prolijo ante los clientes. Ser un contador era cosa de cuidado, había que tener todo bajo control, empezando por esa tarjeta de presentación de uno mismo que es la propia cara. El tren ya empezaba a bufar. Se enderezó un poco y abrió el cuaderno con los apuntes del día. Había números y fórmulas por todos lados. Buscó su calculadora de bolsillo adentro de la agenda y trató de enfocarse en adelantar trabajo antes de llegar a la oficina.
De a poco la estación Lemos se fue alejando. Aparentemente ahí también habían quedado las ganas de trabajar de Juan, porque en cuestión de minutos cabeceaba descontrolado. Garabateó algunos dibujos en los márgenes, como para volver a despertarse. En pocos trazos aparecieron un lémur, un estegosaurio, un mono aullador y un híbrido de camaleón y serpiente -con sólo dos patitas delanteras y una cola larga que terminaba en cascabel-.
No le costaba dibujar esas criaturas porque todos los fines de semana iba al zoológico y copiaba los animales con plumín y carbonilla, de vez en cuando también se permitía inventar un poco. La diferencia con los modelos que veía era que, a su alrededor, les dibujaba el bosque, la selva, el pantano. En algún momento Juan soltó el lápiz y el mentón le chocó con la clavícula. Ni lo notó, porque se había quedado completamente dormido. Siempre, de un modo u otro, se despertaba a tiempo como si una parte de él se quedara despierta viendo pasar las estaciones. Campo de mayo, Teniende Agneta, Capitán Lozano, Sargento Barrufaldi, Lasalle, Ejército de los Andes... podría recitarlas sentido Lacroze-Lemos o Lemos-Lacroze sin pifiarla una sola vez.
De pronto, como sacudido por un despertador, abrió los ojos y miró por la ventanilla. Barrufaldi. Recién estaba en Barrufaldi. Se hubiera acomodado y vuelto a dormir de no haber sido porque el tren salió disparado como un torpedo. Y se hubiera vuelto a dormir, a pesar de la velocidad, de no haber sido porque la estación siguiente no fue Lasalle, como la lógica más lógica indicaría, sino Martín Coronado. Un absurdo. Tanto que Juan no llegó a procesarlo porque el tren no paró en esa estación, ni tampoco en Lynch, ni Jorge Newberry, ni Campo de Mayo, ni Artigas, que pasaron de un plumazo, mezcladísimas y como si las separaran apenas unos metros. Las estaciones no estaban en orden. ¿Cómo era posible? Algo tan recto, tan musicalmente acomodado por un inglés metódico que tiró las vías ahí y unió Lacroze con Lemos con un lindo y prolijo ángulo obtuso.
Juan se puso de pie, agarrándose de los respaldos mientras en la ventanilla danzaban Arata, Agneta, Artigas riéndose de sus "As" mezcladas como en un cubilete. Pero entonces el tren silbó profundo y paró en seco. Con una gambeta a la fuerza de gravedad, ese día loco quiso que Juan no saliera volando hacia adelante. El joven se quedó parado cuan alto era en medio del pasillo desierto del tren. Recién entonces se daba cuenta de que estaba solo, solísimo en todo ese tren que parecía tener mil vagones. Se acomodó los anteojos y tenía las manos llenas de libretas, carpetitas, cinco calculadoras y no menos de trece lapiceras. Dejó caer todo al piso, no sabía de dónde habían salido esas cosas. En el suelo del tren quedaron tirados varios bocetos de animales durmiendo en la estepa. Juan levantó la vista al escuchar un ruido acompasado y vio a un avestruz que corría hacia él. Aterrado, el joven se cubrió la cabeza con las manos (que volvían a estar llenas de gomas de borrar y frasquitos de tinta china aparecidos como por arte de magia) y cerró los ojos, como hace la gente normal cuando todo se vuelve loco y se intenta desesperadamente despertar.

lunes, 1 de julio de 2013

Los sin techo

El colmo fue cuando llegó la Chilinga. Ahí sí, te digo, me reí de lleno, supe que el resto de las risas que me arrancó la Fábrica (carcajadas graves y disfónicas, tentadas ingobernables porque por ejemplo, los Tutuca llamaban por megáfono a las señoras o los autos que pasaban y, cuando recibían un saludo como respuesta, celebraban a los gritos como el Tano Passman festejando una Libertadores de River) no iban a ser como esa. Que esa era un cierre de la jornada, un cierre de otro tiempo, porque no podía creer hasta dónde llegamos, cada vez con más amigos dispuestos a bajar la luna o pintar el cielo si hiciera falta.
Fotos: Nicolás Edgar
El colmo fue cuando estacionó, en la esquina de Almirante Brown y Junín, un bondi de la 543 y los vi. Arriba estaba la Chilinga de Lomas, unos 36 percusionistas con sus bombos, redoblantes, zurdos, cencerros, chinchillos (no sé si es un instrumento, pero suena bien). Al frente, Carlos, el chofer con la campera azul de la línea municipal, la camisa celeste, los jeanes y lentes anchos. Anteojos que se acomodaba cuando explicaba que no sabía que tenía que llevar a una batucada, que le pidieron que estuviera puntual en la empresa esa tarde, y cuando posaba con una sonrisa de cartón sostenida para la foto.
Era un eslabón más, apenas, pero una de nosotros consiguió un bondi de línea para ir a buscar y llevar a la Chilinga. Como ella, muchos armaron la cadena, incluso el Hombre más Serio del Mundo que no se rió ni con los malabares más ridículos del continente, la acrobacia con bolsas de supermercado que hicieron los Tutuca, en enteritos elastizados que les apretaban hasta la conciencia.
Otros consiguieron otras cosas. Llevaron una piñata artesanal repleta de golosinas, montaron una muestra de fotos sobre el comedor Manos Solidarias construida desde la honestidad y no desde el hit, operaron un sonido impecable para que de las cristalinas canciones de Ignoto pudieran disfrutar hasta ellos, acomodaron sillas, juntaron ropa, vinieron a tomar una birra y reírse a nuestro lado.

viernes, 28 de junio de 2013

La tercera es la vencida

Charlando sobre la recuperación de la Fábrica de Risas, nuestro amigo Juan Tejedor paró la oreja y nos contó que ya alguien intentó, alguna vez, retomar el proyecto del viejo Raimundo en Lomas de Zamora. Por eso, se ofreció para sintetizar la historia, aunque nadie sabe a ciencia cierta si el sueño de un loco terminó con este llamado telefónico. Ni siquiera si existió. Para este domingo tenemos esperanzas: los locos somos unos cuantos.
 
Por Juan Tejedor
Mirá el cuadro, ahí está, todavía lo tengo colgado en la pieza, qué bárbaro, tanto tiempo. Mirá: tercer año es… No; cuarto. Eso: cuarto. Mirá: todos contentos, divirtiéndonos, riéndonos. Y Dimatteo serio, con esa cara de culo que fue la única que le conocimos en nueve meses de cuarto año. “Sí, ustedes ríanse ahora, que en diciembre me voy a reír yo”, decía, ¿te acordás? Todo el tiempo decía eso: “En diciembre me voy a reír yo”. Y el 28 de noviembre no va que lo agarra un 324 en la avenida y de rebote le da otro que venía por la otra mano. Trapo lo hicieron, ¿te acordás? “En diciembre me voy a reír yo”, decía Dimatteo. Y al final, tanto esperar y ningún diciembre; no se rió un carajo.
¿Vos eras el que decía “por qué espera hasta diciembre, si sabe el chiste por qué no se ríe ahora”? ¿O era el petiso Montivero? Era Montivero, ¿no? Tenía razón, el petiso. Sí, era él, ahora me acuerdo. Que yo aquella vez le contesté: “Será por eso de que el que ríe último ríe mejor”, y fue ahí que nos dijo que eso era mentira, que el que ríe último se ríe por revancha, es un pelotudo, que el que ríe de alegría se ríe último y se ríe primero. Y se ríe en el medio. No como esos hinchas de fútbol que van primeros medio campeonato y se la pasan diciendo “todavía no festejemos”, y al final terminan quintos y no festejan un sorete. Qué clara la tenía Montivero. Metía una frase de tanto en tanto y te dejaba culo para arriba.

martes, 11 de junio de 2013

Raimundo y la Fábrica de risas

Cuentan quienes tuvieron la dicha de conocer a Don Raimundo que no tenía límites. Dicen que su humor iba en tren bala del negro azabache al amarillo patito sin estaciones intermedias. Que una vez, de puro jodón que era, le pateó el bastón al viejo García y lo terminó curando en el suelo con chistes de gallegos. Que otra vez recorrió la avenida Pavón de madrugada con tres baldes de pintura y le cambió los colores a todos los semáforos. Que su compañero de catequesis fue Jaimito. Durante su primera madurez empezó a edificar en un terreno de su abuelo y levantó un galpón que, en cuestión de meses, se convirtió en una industria.
Por Renzo Layco
Usó los ahorros para traer las máquinas
de Costa Rica, se asoció con los tres amigos más laburantes que tenía y le dio sin asco a la manivela. El humo colorido no tardó en salir de la chimenea y, en dos añitos, adquirió renombre en todo el sur del Conurbano Bonaerense por ser el dueño de la mejor Fábrica de Risas de Lomas de Zamora. Bah, de la única que había.
El negocio, por supuesto, fue un fracaso. Pero para que comiera la familia, a Don Raimundo le alcanzaba con levantar quiniela en dos o tres recorriditas matutinas. Mientras tanto, la producción de la fábrica no cesaba. Creció el personal y, exponencialmente, las risas que se entregaban en camiones por la Capital, zona Oeste, el interior del país y hasta Paraguay.
La empresa de Raimundo no tenía competencia. Producían risas estándar, risas para zurdos, carcajadas para talles especiales, risas con lágrimas, sonrisas de colegialas, dentaduras para abuelos y protectores bucales para boxeadores que podían estar recontra cagados a piñas pero no te iban a dejar de sonreír ni por casualidad.
Pero la globalización y el marketing arrasaron tanto con los afiladores de cuchillos como con las fábricas de risas, y Don Raimundo se fue poniendo mayor. Fue una tarde de otoño, saliendo de la fábrica, cuando recordó viejas andanzas y, como otras veces, empezó a reírse solo. Sería la última vez y algo en el amarillo de las hojas se lo hizo saber. Así que aprovechó, lloró de carcajadas y se murió de risa.

sábado, 8 de junio de 2013

Las mamás de la risa

Por Natalia Iocco

Hay algo con las madres, en mi vida, en mi historia, siempre hay algo con las madres. Pero este texto no va a hablar de mí, aunque un poco sí de madres. Porque eso son ellas: mamás.
Isabel Vázquez y Alicia Romero están al frente del comedor Manos Solidarias, ubicado en Iparraguirre y Orán, en Villa Lamadrid, Ingeniero Budge. Ahí empezaron en los ‘90, en la casa de la mamá de Isa (así la conocen en el barrio). Es que cuando las necesidades se hicieron notar ellas aparecieron y se organizaron, porque “algo había que hacer”.

Es mediodía y adentro hay bolsas. Paquetes con tupers y papelitos pegados que dicen “Juana x8”, “Familia Gómez x7”, y así. Son las bolsas que, en su mayoría, llevan mamás de distintas edades y a cargo de casas en las que falta de todo. En Manos solidarias les dan de comer a 500 familias todos los días. También dan talleres de hockey y música, hacen murales y tienen una pequeña biblioteca. Allí los chicos tienen siempre un lugar.
Las oficinas de Madres contra el paco, en Lomas de Zamora.
Julieta Virgili
El sol le da tregua al frío y Alicia e Isabel se paran en la puerta. No les lleva ni un minuto empezar con la lista de directivas a todos los que pasan, en su mayoría chicos y, claro, mamás. “¿Por qué estás tan desabrigada?”, “¿Trajiste el documento para que hagamos el trámite?”, “¿Fuiste a buscar el papel?”,” ¡Qué linda estás!”, “¡Qué grande!”.

En 2006 descubrieron que a pocas cuadras del comedor había un kiosco y una cocina de paco. Los más jóvenes del barrio “entraban por ese pasillo y salían destruidos”, cuentan. “Venían las madres desesperadas preguntando por sus hijos, que estaban ahí, en pésimas condiciones, drogándose”, describen como si fuera una película de terror que todos ya vimos.
Otra vez “había que hacer algo” e hicieron Madres contra el paco. Desde la ONG, dan contención a familiares y amigos de chicos con adicciones. Los asesoran, guían y ayudan en el conjunto de trámites burocráticos que vienen con el tratamiento. Aunque siempre apuntan a la prevención.
Ahora, además, están levantando un merendero en Santa Catalina, un lugar de esos que parecen de otro mundo, donde las necesidades son muchas y hace falta de todo. Entonces, todo sirve.
Las personas como ellas, sus historias, no hacen más que robarnos una sonrisa y hacernos creer que todo puede cambiar. Que para empezar a mejorar, hay que hacer algo. Para ayudarlas a ellas, entonces, un grupo de soñadores está trabajando para recuperar una vieja fábrica de risas abandonada sobre la que les contaremos más adelante. Será el domingo 30 de junio, en el teatro Ceta Espacio Escénico (Almirante Brown 2402, Lomas de Zamora).
Espectáculos de stand up, café concert, percusión, concursos y bandas en vivo que ya vamos a ir adelantando van a copar ese día el sur del Conurbano para recolectar abrigo, calzado y alimentos no perecederos, la base de la pirámide para que Manos Solidarias siga sacando sonrisas. A juntar donaciones y ganas de reír, se ha dicho.

martes, 7 de mayo de 2013

Crónica de un Arcoíris anunciado

Rincón Casa Tomada

Nicolás llegó a Rincón 1330 en moto, de cuero, con una morocha de pelo corto que no tardaría en apostarse detrás de la barra. Cruzó la espesa puerta de madera para entrar a su centro cultural y puso una cara similar a la que habrá exhibido Orión cuando Lanzini abrió el superclásico a los 45 segundos.
Adentro había más de 20 locos colgando banderines a lo ancho y largo de las paredes, levantando mesas, acomodando enormes carteles con dibujos de colores, pegando mandalas, cebando mates, abriendo bolsos con corbatas de cotillón, sombreros y pintura. Cortaban, picaban, cavaban como si fueran los enanos de Blancanieves después del tratamiento que hizo Messi en el Barcelona para venir más alto.
Su coequiper, indefenso, había estado rezando para que el dueño del circo llegara a hacerse cargo de la situación. Rincón Casa Cultural, ese hogar de San Cristóbal devenido en punto de encuentro para artistas, horas antes custodiado por un abuelo que tocaba milongas entre las casillas bajo el puente de la autopista 25 de Mayo, estaba tomado.
Nicolás pidió, con su mejor mirada de ovejero alemán en guardia, que despejáramos los pasillos, que no acumuláramos bolsos en las mesas, que tuviésemos cuidado a la hora de pegar cosas en las paredes. Fue todo en vano. El pintoresco centro cultural ya había sido arrasado por una plaga que, de ser necesario, te pinta el Vaticano de rojo y despierta a los cardenales con AC/DC al palo.

El universo tras las cortinas

Fueron llegando los que faltaban, como nómades que construyen ciudades a su paso. Levantaban stands con artesanías, equipaban el escenario de amplificadores e instrumentos, le cambiaban la yerba al mate, montaban una radio en vivo, pintaban una galería de arte en tiempo real.
Tiempo real. Dicen los que fueron al Arcoíris más grande del Mundo que el tiempo, como en los corros de las hadas, transcurría diferente. Al cruzar las cortinas de colores del primer umbral, ellos te llevaban a su universo.
-Lo que pasa es que allá el tiempo es diferente –explicaba el mecánico mientras rastreaba con ahínco la pieza que les faltaba para reparar la nave espacial y volver a su galaxia, esa que en el centro, en vez del sol, tiene al arcoíris. –Allá, a la música, mientras la vamos escuchando la componemos. Che, en serio, si no aparece la chifurínfula para arreglar la nave, le ponemos dos alas a un bondi y nos volvemos –recapacitaba, de repente, preocupado.
-¿Pero con dos alas un colectivo va a poder volar?
-¡Bueno, hombre! ¡Le ponemos cuatro!

Un mundo ideal

Es hermosamente loco que los lugares con los que fue colaborando Tu Tiempo es Hoy tengan tanto que ver con nuestros valores, idiosincrasias, objetivos.
En 2012 quisimos aprovechar la música, esa que cada fin de semana se mezclaba con cervezas y amigos en el bar Pelthom de José C. Paz, para ayudar. O crear una herramienta para aquellos que, como nosotros, no saben de qué manera hacerlo directamente, en el campo de batalla. Ahí nos cruzamos con Silvia. La historia ya está gastada, pero va de nuevo:
Una mujer y su marido, en un barrio humildísimo de Merlo, con un hijo que padecía una grave enfermedad que lo tenía en cama, con parálisis cerebral. Matías sólo demostraba estímulos a través de la música. Y así vivía, igual que nosotros, las 24 horas del día escuchando música que lo hacía respirar, llorar, sonreír, patalear, caerse del colchón de la contentura más de una vez. Como una enviada de un planeta lejano, Silvia se cargó al hombro el almuerzo de los pibes del barrio, que un día eran 20 y al otro más de 100. Hoy Mati no está físicamente, pero toda la energía de su música se transformó en el sueño de construir el comedor en el fondo de la casa de Silvia.

Hace menos de un mes fuimos a conocer la Escuela N° 8 del barrio Cildáñez. Estábamos planeando un evento que juntara a gente de distintos puntos del Conurbano (y hasta un belga terminó cayendo, mirá), que tuviera a los colores como hilo conductor, que invitara a un grupo de extraterrestres que nos cruzamos en el camino a contar cómo era la vida en su dimensión desconocida. Cómo era su sociedad, que en vez de usar los colores para clasificar o dividir, necesitaba de la mezcla para seguir girando.
Entre mensajes en una pizarra, biromes colorinches y música boliviana que se fundía con los pedidos de ropa en un barrio arrasado por el agua durante las inundaciones del 2 de abril, conocimos a Guillermo. El director. Un director que tenía más de alienígena camuflado que de docente acartonado y mandón. Un tipo que tiene el colegio abierto después de que suena el timbre, hasta los fines de semana, alguien que decidió juntar a docentes, alumnos, padres y madres de comunidades paraguayas, bolivianas y argentinas para bailar morenada, murga y cuanto ritmo folclórico latino sirviera para unirlos a todos.
Un director que trajo a los suyos al centro cultural de San Cristóbal el domingo 5 de mayo. Vinieron con vestuarios coloridos, plumas, trenzas, vasos para brindar y un show para compartir. Fue una de las bailarinas quien contó que, cuando llegó al país, mostrar la cultura de Bolivia la avergonzaba. Pero que ahí estaba, entonces, bailando junto a su hija y su marido, para nosotros, junto a nosotros, y podía decir con la frente al techo que le daba orgullo.
-Tomé unas copas de más –dijo el director Guillermo desde el escenario –pero lo valioso de esto es rescatar la unión.
Eso es lo que decíamos, viejo. Juntos, podemos crear un mundo de papel, de colores o de risas.

Un día después

Uno termina agotado (como seguramente aquellos aventureros que se hayan comido este texto hasta acá), los domingos de eventos. Evento. Saco libretita:
pensar un nombre en vez de “eventos”. Evento suena a feizvuk o a conferencia empresarial en un hotel de Puerto Madero
Terminamos cansados pero extasiados. Todos. Cada vez más. Porque –y no es joda- el que lo vive, descubre que hay otras formas de sentirse útil. Ya Renzo, uno de nuestros dibujantes estrella (está Vero, a veces Carli, Berni o el Pollo que dibujan con el photoshop), lo dijo una vez:
-La cosa (así arrancó) es pasar por este mundo habiendo dejado algo. Descubrir qué tenemos para hacer acá, nuestra misión mientras pasamos por esta vida.

El Arcoíris más grande del Mundo estuvo basado en una historia real. Por eso, y como en las películas, les dejamos, antes de los créditos, el repaso de lo que hizo el tiempo con nosotros:

-Los extraterrestres recibieron la misteriosa colaboración de un donante secreto que les compró una chifurínfula nueva en la calle Warnes. Así, el mecánico pudo arreglar la nave y todos volvieron a casa. Mandaron un mensajito cuando llegaron. Todo OK.

-Los músicos siguieron tocando por el camino con Toti de los Jóvenes Pordioseros a la cabeza. Llevaba una flauta para guiarlos. No como el de Hammelin. Era una flautita de la panadería de acá a la vuelta.

-Un niño quedó encerrado en una burbuja gigante hecha por Demián Zen y se fue volando hasta Choel Choel.

-Las chicas (cada vez más hermosas, todas ellas, dice el público) y los chicos (cada vez más panzones, también dicen las malas lenguas) que integran Tu Tiempo es Hoy juntaron $ 452 de rifas que serán destinados a comprar ladrillos para seguir construyendo el comedor de Merlo.

-Las cajas se llenaron de útiles escolares y cartucheras que se llevó la gente de la Escuela N° 8 (Reino de Tailandia).

-El belga se ganó un dibujo en las rifas y se lo llevó en avión, enrollado junto a su bolsa de dormir.

-Los locos que están formando una bola de nieve cada vez más brillante se llevaron todas las estrellas que iluminaron el Arcoíris más grande del Mundo. Dicen algunos que la vieron rodando por Pavón, rumbo a Lomas de Zamora. Si alguien la ve, se solicita no dar aviso a la policía. Déjenla rodar, que puede crear otro mundo nuevo en cualquier momento, en cualquier lugar.

jueves, 18 de abril de 2013

Defensa del Arcoiris

Fuimos a conocer a la Escuela N° 8 del barrio Cildáñez, de Villa Lugano, gravemente inundado durante las últimas lluvias y destino de las cartucheras con útiles escolares que juntaremos en el Arcoiris más grande del Mundo. Luis iba a escribir un texto contándoles quiénes son los que van a recibirlas. Pero como además de secuaces, somos los dos editores, no nos pusimos de acuerdo y escribimos un párrafo cada uno sobre nuestras sensaciones.

Por Luis Moranelli y Ariel Caravaggio
Van diez o quince minutos de conversación. Guillermo, director de la Escuela 8 de Cildañez, en Lugano, no abusa de las palabras. Usa las justas, pero dice mucho. En el medio de la charla aparece la tentación: contar la historia desde el personaje. Segundos después, el protagonista derrumba la idea con una frase. “El problema es pensar que todo depende de si un director es copado o es choto”, dice, bien clarito. Un cachetazo para las autoridades, para sus colegas y para quien escribe esta nota.

Para quienes escriben esta nota. Desde sus computadoras. Desde el colectivo 50. Desde el patio del colegio de la calle Homero, el aula de Dirección que exhibe en su pared la “Defensa de la alegría” de Benedetti (*), quienes la escriben desde la entrada al barrio Cildáñez, ese que tras una obra en el arroyo homónimo había dejado de inundarse. Pero nada es para siempre, y a dos semanas de  las tormentas que afectaron a La Plata, Capital, La Matanza y buena parte de la Provincia, todavía se reparten ropa y elementos de limpieza en las puertas de las asociaciones civiles .

sábado, 6 de abril de 2013

Que no se corte

Tuve un sueño. No, no me pintó el Martin Luther King. Anoche me acosté pensando en las seis de la mañana y los gritos bolicheros que subían en volutas de humo a mi ventana fueron como un arrullo. Me dormí profundamente, y en cuestión de minutos aparecí en un mundo fantástico, parecido al Mundo de Papel.
Por Renzo Layco
Yo estaba con amigos. A algunos los reconocía en caras distintas. Otros no tenían rostro. Había mucha gente en movimiento, y de repente mis amigos, los demás y yo éramos lo mismo. Todos traían y llevaban cosas para Silvia. Silvia era la misma mujer de acá: la esposa de Raúl, la madre de Mati, la heroína del barrio Santa Isabel, Merlo. La que le da de comer a unos 120 pibes todos los sábados, esa que ahora también les da apoyo escolar los días de semana, la que se acomoda los anteojitos ovalados y revuelve el tuco con un palo de escoba devenido en cucharón (hay que conseguir una cuchara para Silvia. Hay que conseguir también un colador grande, gigante, el más grande del mundo).
Del otro lado del sueño, Silvia estaba en La Plata. Se le había inundado su casa como se llenaron de agua las viviendas precarias de las familias que la rodean, de este lado del sueño, en Merlo. Y la gente se movilizaba.
Cientos de miles de personas llegaban de todos lados. También había otros dañados por una enorme catástrofe natural que, entre las sábanas y mi imaginación, también tenía mucho de negligencia política. Nuestros amigos nos confiaban cosas para Silvia y también para los otros damnificados. La tele y las radios dedicaban toda su agenda a vanagloriar la solidaridad de la sociedad. Los diarios homenajeaban la reacción del pueblo en sus tapas.

Me desperté en mitad de la escena hollywoodense.