domingo, 13 de julio de 2014

Promesa de Selección

Por Yasmín Olid

Uno puede escribir por muchas razones. Para desahogarse, porque quiere que alguien o muchos entiendan, para generar algo. Hoy es una de esas veces que necesito sacar muchísimas cosas de adentro y que alguien reaccione, aunque sea solo uno. Con eso me sobra.
Ayer volví después de mucho tiempo al comedor “Matías, primero los niños” de Raúl y Silvia, necesitan una mano para cocinar durante estos meses y Tu tiempo es Hoy se dividió en grupos para dar una mano. No me podría haber tocado mejor equipo: Facu pelaba cinco zanahorias cuando yo recién iba por la primera y se cocinó 34 paquetes de fideos en lo que yo tardo en hacer medio. Ari, como siempre, estuvo en todo. Se repartió para jugar con los chicos de Facu, cortar cebolla, charlar, buscar los tuppers y ollas de los chicos que iban llegando en busca del guiso y ver qué más necesitaba Silvia. Pao anotaba los talles para conseguir zapatillas, Emi llegó el momento justo para ayudar con los zapallos. Cada uno tenía su rol o varios, pero todo funcionó perfectamente.
Al mediodía llegaron unos 15 chicos de la Escuela N°16, de Merlo, que venían a traer alimentos no perecederos y conocer el comedor, era el resultado de un trabajo práctico que después tenían que presentar. Me tocó explicarles con Raúl dónde estaban, cuál era la realidad que los rodeaba, el esfuerzo que hace Silvia, cómo podían ayudar, y cuánta respuesta a sus preguntas pudiera darle. Al principio costó. Tímidos, un poco conmovidos, no querían hablar; un par hasta tuvieron que alejarse por la vergüenza de las lágrimas que asoman en momentos incómodos.
Mientras les explicaba que no tenían que sentirse mal o culpables de lo que tenían, que al contrario podían hacer un montón de cosas para ayudar como contarle todo lo que vivieron ese día a los chicos de otros años, me acordé de la primera vez que fui a Chaco. Se me vino a la cabeza esa sensación de no poder contener todo lo que me estaba pasando, de no entender porqué algunos tienen tanto y otros tan poco, volví a sentir esa impotencia y bronca de querer solucionar todo lo que estaba viendo y no poder.

Como alguna vez alguien se me acercó y me explicó lo que sí podía hacer, les conté a esos chicos mi experiencia, les dejé el contacto de Tu tiempo es Hoy.
Volví a la cocina con Silvia y me di cuenta de algo que ya sabía, y aunque no creo en máximas, esta es real: Las personas que menos tienen (materialmente), que más obstáculos (y de los grosos) enfrentaron en la vida, son los que más hacen por los demás. Será porque vivieron en carne propia lo que ven, será porque son personas especiales y están a un nivel superior en muchas cuestiones, será porque tienen otra forma de ver la vida, no lo sé… pero es imposible hablar de ellos dos, de Guadalupe y su Fundación Aprendiendo a Aprender, sin que me vuelva a brotar el llanto. Porque cuando volví me fui a la casa de mis viejos para que me abrazaran. Y lloré, mucho, muchísimo, hasta que me quedé dormida.

A la ida con Ariel nos la pasamos hablando del Mundial, de la alegría y lo feliz que nos estaba haciendo a todos los argentinos el fútbol, esa cosa tan hermosa que juego, que miro y me regala tardes increíbles con amigas. Cuando llegamos, todo eso quedó en un tercerísimo o cuarto plano. No quiere decir que hoy no aliente, no me desviva y grite durante cada segundo del partido. Pero mañana, pasado, traspasado, Argentina sigue siendo Argentina, quizás (ojalá) con un festejo más en el haber. Y el comedor de Silvia, la fundación de Guada y los miles de lugares y personas que laburan todo los días para que otros coman, aprendan, salgan de las drogas y millones de cosas más, siguen estando. 
Por eso te propongo algo: festejá, gritá, corré de rodillas hasta el Obelisco, pero cuando todo eso pase acordate que hay mucho por hacer y es súper sencillo. Silvia, Raúl, Guada lo hacen todos los días, no hay excusas. La mejor promesa que podés hacer hoy por la Selección es que si “pasa lo que todos queremos que pase”, vas a salir a dar una mano a los muchos que la necesitan. Pero OJO, para prometerlo, hay que sentirlo.