Por Ariel Caravaggio
Harry Potter tiene lo suyo, hay que admitirlo. No por nada conquistó a una generación entera de jóvenes y batió récords de ventas en todo el mundo. El pibe, un huérfano perdedor criado por sus dos descorazonados tíos, obtiene de prepo una beca para hacer la carrera de hechicero y, a la corta o a la larga, combatir la maldad en el mundo.
Pero no hace falta tomarse el tren en un andén embrujado de Londres para viajar a tierras de fantasía. Con el 553 a Ingeniero Budge alcanza. A cuadras de la escuela primaria N° 48 de Lomas de Zamora, en Luis Viale y Lisandro De la Torre, Eva hace magia todos los mediodías para cocinarle a 60 pibes con, por ejemplo, 20 milanesas que deben durar 15 días. Eso es lo que recibe, entre otras cosas que, en general, no son suficientes.
El comedor El Progreso oficialmente se llama, desde hace 32 años, Centro Cultural y Deportivo El Progreso. Hereda su optimista nombre del barrio en el que se levantó, con ayuda de referentes políticos, tres décadas atrás. Pero la fuga del vil metal, combinada con las sombras que tapan esos rincones de las ciudades que no todos quieren o logran ver, fue gastando las paredes y las manos de quienes atendían las necesidades de los pibes de Ingeniero Budge.
-Mi hermana era la encargada y presidenta. Cuando se enfermó del corazón, me pidió que lo cuidara hasta que se pusiera bien –recuerda Eva, que tiene dos canicas negras bien abiertas por ojos y puede relatar su historia en la enfermería del comedor y, a la vez, descubrir sin mirar afuera que uno de los chicos que terminó de almorzar se va con un juguete. -¡No te lleves eso, dejalo adentro! –lanza por la ventana y da en el blanco.