sábado, 26 de octubre de 2013

El Almacén de Tiempo

Cuenta la leyenda que en el barrio El Progreso, de Ingeniero Budge, existe una mujer que hace magia: cocina para 60 chicos de la zona con más amor que ingredientes culinarios. Otra historia mitológica dice que si cierta cantidad de personas se reúnen con un objetivo común, pueden ganar un tiempo y conquistar los relojes. Como estamos a favor del conocimiento empírico, fuimos a corroborar que hay magos en el Conurbano y, el 10 de noviembre, organizamos un conjuro en equipo para ayudarlos.

Por Ariel Caravaggio

Harry Potter tiene lo suyo, hay que admitirlo. No por nada conquistó a una generación entera de jóvenes y batió récords de ventas en todo el mundo. El pibe, un huérfano perdedor criado por sus dos descorazonados tíos, obtiene de prepo una beca para hacer la carrera de hechicero y, a la corta o a la larga, combatir la maldad en el mundo.
Pero no hace falta tomarse el tren en un andén embrujado de Londres para viajar a tierras de fantasía. Con el 553 a Ingeniero Budge alcanza. A cuadras de la escuela primaria N° 48 de Lomas de Zamora, en Luis Viale y Lisandro De la Torre, Eva hace magia todos los mediodías para cocinarle a 60 pibes con, por ejemplo, 20 milanesas que deben durar 15 días. Eso es lo que recibe, entre otras cosas que, en general, no son suficientes.
El comedor El Progreso oficialmente se llama, desde hace 32 años, Centro Cultural y Deportivo El Progreso. Hereda su optimista nombre del barrio en el que se levantó, con ayuda de referentes políticos, tres décadas atrás. Pero la fuga del vil metal, combinada con las sombras que tapan esos rincones de las ciudades que no todos quieren o logran ver, fue gastando las paredes y las manos de quienes atendían las necesidades de los pibes de Ingeniero Budge.
-Mi hermana era la encargada y presidenta. Cuando se enfermó del corazón, me pidió que lo cuidara hasta que se pusiera bien –recuerda Eva, que tiene dos canicas negras bien abiertas por ojos y puede relatar su historia en la enfermería del comedor y, a la vez, descubrir sin mirar afuera que uno de los chicos que terminó de almorzar se va con un juguete. -¡No te lleves eso, dejalo adentro! –lanza por la ventana y da en el blanco.
Su hermana nunca volvió al comedor y ella, con 12 hijos, agarró el timón de la cocina, la sartén del barco. De a poco, fue recuperando sola el naufragio en que se había convertido un espacio que había logrado la personería jurídica gracias a la asesoría legal del programa “Jóvenes Padre Mugica”. Cinco o seis madres del barrio se sumaron como voluntarias para turnarse y cocinar junto a Eva, de lunes a viernes, desayuno y almuerzo para los pibes del barrio.
-No es difícil, me gusta –simplifica su labor, aunque a nosotros nos deja entre boquiabiertos y extasiados verlos comiendo, gritando, jugando en cajones de manzanas a arrastrarse, tironearse, correr, reír, rodar por el piso. Lo que sí es difícil, admite Eva, es contrarrestar la realidad que esos duendes viven en sus hogares, donde hay drogas, alcohol y, principalmente, falta de atención (dentro y fuera de casa, en el barrio y en la calle y en el mundo globalizado por señores y señoras de la misma edad de Eva que invierten el tiempo de otra forma. Mientras ella prepara el mate cocido, a las 8.30, ellos se quejan. Mientras ella junta fondos para ir hasta Munro a buscar comida al costo al Banco Mundial de Alimentos, ellos se quejan. Directamente proporcional).

Lo que más necesita el comedor El Progreso, son un montón de cosas. La comida, por ejemplo. Cosas frescas, que nadie dona. Carne, verdura. Latas de atún, de arvejas, de tomate. Fideos, arroz, polenta, harina.
También necesita que vuelva la docente que daba apoyo escolar por las tardes pero, hace un tiempo, fue designada por el Municipio a otro lugar y los pibes se quedaron, a la tarde, sin el Progreso. Valga la redundancia.
Necesita una máquina de cortar pasto. También alguien que los ayude a construir una canchita de fútbol en el gran predio de cemento que hay atrás, al aire libre. Que cumplan con la promesa de sumar un pediatra a las enfermeras que ya atienden en los consultorios del comedor.
Necesita más superhéroes como los choferes y encargados de la Línea 543, esos que nos llevaron a Eva y que tanto la ayudaron a mejorar el mundo, los mismos que hace un par de meses trasladaron desinteresadamente a toda la Chilinga de Lomas y, tenemos fe, volverán a hacerlo el 10 de noviembre.

Dos cosas aprendimos, en este corto pero intenso trayecto recorrido. La primera, que los héroes son de carne y hueso. La segunda: separados, somos granos de arena dispersos en calles de tierra. Pero juntos (especialmente la gente que busca gente como la gente), somos un reloj. Un reloj de arena, de esos chiquitos, nada pretensioso, que esperan en las estanterías de los Todo por Dos Pesos de Once a que algún romántico se los lleve a su ropero para medir esa porción abstracta de vida transcurrida que es el tiempo.
No hace falta la varita mágica de Harry Potter para empujar las agujas, ni tampoco intentar que retrocedan. Sí empuñar la cuchara de madera o, como humildemente intentaremos el 10 de agosto, llenar la olla de Eva con ingredientes que valen más que los segundos, minutos, horas, días y meses. Eso sí: para abrir un Almacén de Tiempo, al igual que el comedor el Progreso, nosotros necesitamos ayuda.

El 10 de noviembre, en el centro cultural Cultura del Sur (Meeks 1066, Temperley), tocarán Los Olestar, Pollerapantalon, Ivo Ferrer y los Tremendos y La Chilinga Lomas, además de un show de danza contemporánea, un buffet accesible y juegos con premios increíbles desde las 16 hs. Para entrar, hay que llevar alimentos no perecederos y juguetes que serán donados al comedor El Progreso. 

2 comentarios:

  1. Excelente!!! No hay que estar tan comodo mirandose a uno mismo. El otro existe y podemos hacer algo para ayudarlo. Sigan adelante!!!

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  2. qué bueno que hay gente dispuesta a yudar a quien más lo necesita... no impora el modo! basta con asumir un compromiso...

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