lunes, 31 de diciembre de 2012

La vuelta al Conurbano en una mañana

De Lomas de Zamora a Merlo y de Merlo a Constitución en seis horas. La misión: llevar los juguetes que donaron los empleados de la empresa SAP para el comedor “Matías, primero los chicos”. Un viaje que iba a ser una odisea y no lo fue. Todo gracias a un colectivero copado de la 266.  

Por Luis Moranelli
Cuando salí de casa, 7.24, pensé que esta sería la crónica de una muerte anunciada. No me llevo bien con la mañana, ni ella conmigo. Pero todo cambió tres minutos después, cuando subí al bondi.
Les cuento: ayer mi abuelo, mientras preparaba el clásico vermú de fin de año que hacemos los machos de la familia (ferné, un toque de soda, gancia, soda y un limoncito adentro), me contó que tuvo un mal augurio. Sí, no cerró el año con ese mensaje positivo que tanto garpa en estas fechas. El tema es así: desde que llegó al país en el 50, para cada Navidad mi abuela hace turdiles, una cosa con forma indefinida y masa crocante que no se parece a nada pero genera adicción. Bueno, este año no lo pudo hacer porque se le cagó un hombro y mi nono dice que hay que leerlo como un mal síntoma. A mí me pasó algo parecido pero al revés. Cuando subí al bondi, lleno hasta las tetas, intenté pagar. Pero el colectivero, creo que más por hinchado las bolas que por bueno, no me cobró. En se momento supe que iba a ser una gran mañana. Tuve un buen augurio, en palabras del nono.
Desde ahí todo fue ganancia. El tren iba tranqui, el 12 hasta ahí, y el viaje hasta SAP, la empresa de Vicente López que nos donó juguetes para llevar al comedor “Matías, primero los chicos”, demoró menos de lo que habíamos calculado con Caravaggio. Tuvimos que esperar un poco el transporte que nos iba a llevar hasta Merlo, es cierto, pero Coty Cartelli nos regaló un rico desayuno. Aunque no lo crean, trabaja en un lugar donde se puede servir todo lo que quiera todo el tiempo.  Un comedor al que sólo le falta el café del Chispa para ser ideal.  

sábado, 22 de diciembre de 2012

A day in the life

Un amigo que ve muchos documentales me contaba que un día va a pasar. Que tarde o temprano, la órbita sobre la que gira la Tierra se va a chanflear, o era un asteroide, bien no me acuerdo. La cosa es que se va a pudrir todo. Lo mismo con el sol.
Un día el sol se va a enfriar. Yo voy a estar en el balcón pelando un salamín picado fino, alguno va a estar recibiendo las notificaciones acosadoras por un nuevo texto en el blog de Tu Tiempo es Hoy, mi abuela va a estar peleando con el jardinero de la vecina para que no corte ligustrina de su lado de la medianera, Piquín va a estar bailando en lo de Tinelli y zaz, patapúfete, zrácate. El sol se va a oscurecer. Si no viste el low battery, báncate el off.
Y chau mundo. Ahí sí.
Mi amigo también me dijo que las estrellas que vemos brillar en el cielo en realidad están apagadas. Que fueron como nuestro febo, millones de años luz atrás, pero que por la enormísima distancia que nos separa de ellas, el tiempo atravesado hasta llegar a nuestros ojos (lo mejor que tiene este blog es la precisión quirúrgica de los datos) no nos permite verlas como están ahora: apagadas, secas, vacías.
Esa condición, dicen en NatGeo y el programa de Viviana Canosa, impide cualquier tipo de vida en los planetas de las galaxias extranjeras. Así es que podríamos estar solos en el universo. Sí, solos. Ni los marcianitos invadidos de Bradbury, ni Principitos, ET o barriletes cósmicos. Nada. Nosotros, acá, ahora, y nada más.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Creer y crear se conjugan igual en primera persona: yo creo

Por Natalia Iocco

Majo Rodriguez Villarroel
No me gusta la palabra solidaridad. Nop, no me gusta pero para nada. Se lo dije a Ariel cuando empezó a formar Tu tiempo es Hoy y lo definía como un proyecto “solidario”. Lo retaba, no me copaba el término. Ayer, cuando salía del último evento del año en Freakman Bar, el primero en Capital Federal, pensaba en eso y en otras cosas. Me acordaba de esa “idea” que un día me contó un amigo ilusionado y, para ser sincera, al principio me parecía un delirio (ojo, sigo creyendo que es un delirio, pero uno hermoso, de esos que valen la pena).
Pero volvamos a la palabra “solidaridad”. Esta mañana se me ocurrió buscarla en la RAE esperando que su definición callara mis prejuicios. Pero no. “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”, decía en su primera acepción. Me parece horrible, sobre todo por lo de “circunstancial” y por la parte en que asegura que es “de otros”. Qué podemos esperar de la RAE, le sacó la tilde a “sólo”. No entienden nada.
Majo Rodriguez Villarroel
Pregúntenle a Silvia, del merendero Primero los Chicos, a la gente de Tu Ayuda Suma, a Roberto de Corazones Felices, a los Leoncitos de Moreno, o a cualquiera que se dedique con vocación a darle una mano a los que necesitan. Pregúntenles si para ellos es una adhesión “circunstancial” o una elección casi que de vida. Interróguenlos y que les cuenten si para ellos se trata de la causa “de otros”.
¿Saben qué palabras (verbos) me gustan? Hacer, construir, creer, dar, soñar.
Disculpen. Es fin de año, me resulta inevitable hacer balances, esperanzarme y pensar en lo que viene. Y siento que se vienen cosas buenas.
Anoche, Donde manda marinero, Desde cero, Mariano Scaldaferro y Tal Banda musicalizaron la última fecha de 2012 para Tu tiempo es hoy desde un escenario rodeado de alimentos no perecederos para Primero los chicos y juguetes para que Manos Abiertas acerque a Papá Noel a los lugares donde no llega solo. A eso me refiero cuando digo que están por pasar cosas buenas. Muchas más (y mejores), como esta.

No corras más, tu tiempo es hoy.
Majo Rodriguez Villarroel
Majo Rodriguez Villarroel

lunes, 17 de diciembre de 2012

En Buenos Aires no hay renos

"Me parece que te voy a cagar con el texto", me había advertido Juan Tejedor sobre el pedido que le hicimos para anticipar el último evento de Tu Tiempo es Hoy del año. Por eso ni revisé los mails el fin de semana. Cuando abrí el correo el lunes, confirmé que todavía queda gente que nunca te va a cagar. Y cuando leí, fue como si hubiera recibido una carta de Papá Noel. No el Papá Noel de las publicidades y la gente bien. Uno mejor.

Por Juan Tejedor

Escuchó ruidos que venían de la cocina. Primero se asustó. Estaban todos durmiendo menos ella. ¿Cuánto hacía que daba vueltas en la cama muerta de calor y sin pegar un ojo? “Vos sabés cómo es –le decía siempre la mamá–, Papá Noel hay años que pasa y años que no pasa por acá. Imaginate que tiene que recorrer todo el planeta. Y Argentina está lejos de todo”. Siempre lo mismo, el año pasado había sido igual. Y el anterior también, creía; no se acordaba. El asunto de Papá Noel le alteraba los nervios y terminaba durmiéndose de madrugada. Y ni pensaba en el regalo. Se había acostumbrado, por si no había. Pero quería verlo al viejo. Verlo.
Se asustó porque era la única despierta entonces estaba sola. Primero nada más que eso. Pero después, enseguida, además le vino curiosidad. “¿Será?”, pensó. Los ruidos venían de la cocina. El arbolito estaba en la cocina. Y al lado de la ventana. Y la ventana había quedado abierta, con el calor que hacía, lógico. “Tiene que ser. Voy a ver”, pensó. Le daba un poco de miedo. Además dudaba. Nunca nadie lo había visto. “Yo una vez lo vi. En el baño. Cagando”, había contado un día Epi en la escuela. Pero Epi se la pasaba inventando historias. Nadie le creía a Epi.
Dudaba. “No existe, nena, no seas tarada. Son los padres”, le había dicho Ariel. Pero Ariel siempre la engañaba, le decía cosas para hacerla caer, le escribía cuentas mal hechas en el cuaderno de matemática para que la maestra le pusiera “mal”. Ella estaba convencida de que existía, segura no, pero sí convencida. “No puede ser que no exista”, se dijo. Dudaba, pero se levantó y fue para el lado de la cocina. Seguía escuchando ruidos que venían de ahí. Tenía que ser. Y lo iba a ver.
Se asomó.