Imaginate que esto es el avance de un estreno de Hollywood. Una profecía oculta en una milanesa. La búsqueda de respuestas a un mensaje misterioso. Un supermercado chino, un sabio compañero de redacción, un personaje con extrañas habilidades y una historia que revelar. Napoleón, Cleopatra y el próximo festival de Tu Tiempo es Hoy, todo reunido en un cuento. Acomodate en la butaca y conocé el principio del final.
Por Ariel Caravaggio
El chino
del supermercado intentaba explicarme que, como las galletas orientales, la
suprema rellena de jamón y muzzarella tenía también adentro un mensaje
adelantando el futuro.
-Foltuna.
Pincha con tenedol, ¡milanesa foltuna! –se exacerbaba el chino y, antes de
perder la compostura, empezaba a atrincherarse en su dialecto a grito pelado
con su mujer, que naturalmente estaba en el lado opuesto del local, sacando el
pan caliente del horno mientras cortaba 100 gramos de mortadela para una
señora del barrio y pasaba un trapo húmedo donde se había roto un frasco de
aceitunas.
No me
mintió. El primer indicio llegó cuando freía las milanesas y el aceite empezó a
frichular con la melodía de “Si se calla el cantor”, de Horacio Guarany. Una
vez en el plato, entre el tomate flotando en aceite y limón, el tramontina se
frenó solo ante una textura diferente.
Un papel
amarillento, enrollado en el medio del queso que chorreaba derretido, guardaba
un mensaje que pude leer después de limpiarlo cuidadosamente con la servilleta.
Vendrá la hora en que tendrás
la cabeza donde van los pies
Ya va siendo tiempo que estés
viviendo el Día al Revés
VIII XII XIII
Por más
fijo que la mirara, la milanesa no arrojaba explicaciones. La comí antes de que
se enfriara y, sin preocuparme por llegar tarde al trabajo, volví al
supermercado.
Como si
le estuviera hablando de un producto vencido que compré en su local, el chino,
ahora apostado en la caja con una sonrisa idiota y una taza de té de la que
colgaba el saquito, arrojó un dardo que repetiría hasta mi hartazgo:
-No
entendo ¡No entendo!
No perdí
el tiempo y acudí a la única persona capaz de responder todos los interrogantes
y solucionar todos los problemas (o de últimas, si no se puede, tomar unos
mates para olvidarlos).
-Esto me
hace acordar a una historia -dijo Juan Tejedor, mi primer editor, un Merlín criollo
que fríe las papas fritas con la grasa del jamón crudo, después de escuchar la
historia del mensaje y la milanesa de la fortuna. Acercó una silla y se acomodó
los lentes con el índice.
-Había un
tipo, cuando yo trabajaba en La Razón, que se llamaba Marquitos Duval y usaba el
mouse de la computadora al revés. Te hablo de hace 20 años. Marquitos Duval se había
comprado una computadora y, como nadie le explicó cómo usar el mouse, se acostumbró a ponerlo al revés, con los botones para abajo. Lo manejaba fenómeno, eh. Pero esa no es
la historia. Un día, mientras lo elogiábamos, apareció el Paraguayo, que
también era periodista en el diario. Lo vio y dijo: "Eso no es nada. Yo
escribo al revés". Todos nos quedamos mirándolo. Cómo era el apellido del
Paraguayo… la puta, no puedo acordarme.
Bueno,
cuestión que el tipo había tenido no sé qué problema en las piernas y se pasó
dos años en cama, inmovilizado. Durante ese tiempo, su único contacto con el
mundo exterior era una ventana que, como estaba del mismo lado que el respaldo
de la cama, veía a través de un espejo. El Paraguayo se acostumbró a leer los
carteles de la calle a través del espejo, al revés. Y desarrolló la capacidad
de escribir al revés. Nosotros, cuando nos contó esto, no le creímos. Hasta que
empezamos a dictarle, y el Paraguayo escribía las palabras y oraciones de atrás
para adelante. No sólo eso: le trajimos dos biromes y dos papeles. ¡El tipo escribía
con las dos manos a la vez! con una al derecho, con otra al revés. Me salió un
versito -Juan hizo silencio. Yo me quedé
mirando al horizonte, risueño pero algo escéptico.
-Es una historia muy loca, Juan. Pero ¿Qué tiene que ver con el mensaje que encontré en la milanesa?
-Ah, ni
idea. Pero fue un día notable. Podría... podría rastrear al Paraguayo, la
verdad. Lo saludo, y de paso te paso el contacto. Si alguien sabe de cosas al
revés, ese es él.