viernes, 15 de noviembre de 2013

El Día al Revés

Imaginate que esto es el avance de un estreno de Hollywood. Una profecía oculta en una milanesa. La búsqueda de respuestas a un mensaje misterioso. Un supermercado chino, un sabio compañero de redacción, un personaje con extrañas habilidades y una historia que revelar. Napoleón, Cleopatra y el próximo festival de Tu Tiempo es Hoy, todo reunido en un cuento. Acomodate en la butaca y conocé el principio del final.

Por Ariel Caravaggio

-Milanesa foltuna. Es milanesa foltuna.
El chino del supermercado intentaba explicarme que, como las galletas orientales, la suprema rellena de jamón y muzzarella tenía también adentro un mensaje adelantando el futuro.
-Foltuna. Pincha con tenedol, ¡milanesa foltuna! –se exacerbaba el chino y, antes de perder la compostura, empezaba a atrincherarse en su dialecto a grito pelado con su mujer, que naturalmente estaba en el lado opuesto del local, sacando el pan caliente del horno mientras cortaba 100 gramos de mortadela para una señora del barrio y pasaba un trapo húmedo donde se había roto un frasco de aceitunas.
No me mintió. El primer indicio llegó cuando freía las milanesas y el aceite empezó a frichular con la melodía de “Si se calla el cantor”, de Horacio Guarany. Una vez en el plato, entre el tomate flotando en aceite y limón, el tramontina se frenó solo ante una textura diferente.
Un papel amarillento, enrollado en el medio del queso que chorreaba derretido, guardaba un mensaje que pude leer después de limpiarlo cuidadosamente con la servilleta.

Vendrá la hora en que tendrás
la cabeza donde van los pies
Ya va siendo tiempo que estés
viviendo el Día al Revés
VIII XII XIII

Por más fijo que la mirara, la milanesa no arrojaba explicaciones. La comí antes de que se enfriara y, sin preocuparme por llegar tarde al trabajo, volví al supermercado.

Como si le estuviera hablando de un producto vencido que compré en su local, el chino, ahora apostado en la caja con una sonrisa idiota y una taza de té de la que colgaba el saquito, arrojó un dardo que repetiría hasta mi hartazgo:
-No entendo ¡No entendo!

No perdí el tiempo y acudí a la única persona capaz de responder todos los interrogantes y solucionar todos los problemas (o de últimas, si no se puede, tomar unos mates para olvidarlos).
-Esto me hace acordar a una historia -dijo Juan Tejedor, mi primer editor, un Merlín criollo que fríe las papas fritas con la grasa del jamón crudo, después de escuchar la historia del mensaje y la milanesa de la fortuna. Acercó una silla y se acomodó los lentes con el índice.
-Había un tipo, cuando yo trabajaba en La Razón, que se llamaba Marquitos Duval y usaba el mouse de la computadora al revés. Te hablo de hace 20 años. Marquitos Duval se había comprado una computadora y, como nadie le explicó cómo usar el mouse, se acostumbró a ponerlo al revés, con los botones para abajo. Lo manejaba fenómeno, eh. Pero esa no es la historia. Un día, mientras lo elogiábamos, apareció el Paraguayo, que también era periodista en el diario. Lo vio y dijo: "Eso no es nada. Yo escribo al revés". Todos nos quedamos mirándolo. Cómo era el apellido del Paraguayo… la puta, no puedo acordarme.
Bueno, cuestión que el tipo había tenido no sé qué problema en las piernas y se pasó dos años en cama, inmovilizado. Durante ese tiempo, su único contacto con el mundo exterior era una ventana que, como estaba del mismo lado que el respaldo de la cama, veía a través de un espejo. El Paraguayo se acostumbró a leer los carteles de la calle a través del espejo, al revés. Y desarrolló la capacidad de escribir al revés. Nosotros, cuando nos contó esto, no le creímos. Hasta que empezamos a dictarle, y el Paraguayo escribía las palabras y oraciones de atrás para adelante. No sólo eso: le trajimos dos biromes y dos papeles. ¡El tipo escribía con las dos manos a la vez! con una al derecho, con otra al revés. Me salió un versito -Juan hizo silencio. Yo me quedé mirando al horizonte, risueño pero algo escéptico.

-Es una historia muy loca, Juan. Pero ¿Qué tiene que ver con el mensaje que encontré en la milanesa?
-Ah, ni idea. Pero fue un día notable. Podría... podría rastrear al Paraguayo, la verdad. Lo saludo, y de paso te paso el contacto. Si alguien sabe de cosas al revés, ese es él.

El Paraguayo vivía en un sexto piso, en un edificio viejo cerca de Congreso. Nos había esperado los veinte minutos que se demoró el 60 para abrirse paso entre una manifestación de dobles de riesgo.
Su departamento estaba lleno de espejos de distintas formas y tamaños. En la heladera, erigida en pleno living, varios imanes de letras formaban la inscripción “o d i n e v n e i b”. Casi sin hablar, el Paraguayo nos llevó a una habitación que había al final de un pasillo. Tenía dos cerrojos resistentes, que abrió con llaves largas y herrumbrosas, y una aldaba con forma de cangrejo que había sido grotescamente pegada con algún adhesivo, probablemente por él mismo. Antes de cruzar el umbral, le pidió a Juan que se quedara afuera.
Adentro, la luz era tenue y tardé en acostumbrar la vista, porque el Paraguayo explicó que ahí no había electricidad. El cuarto era laberíntico. Estantes y cajas de cartón apiladas, repletas de cosas, dificultaban el paso. En todos lados había recortes de diarios y revistas, viejos cassettes de música, más espejos de bolsillo con pequeños marcos.
-Te estuve esperando mucho tiempo. Te lo voy a mostrar, pero te pido que no grites. Si alguien, en cualquier lugar del mundo, me pregunta alguna vez por él, vos vas a ser el responsable y después no llorés si te terminan cagando a tiros en un baldío –me advirtió el Paraguayo frente a un bulto tapado por un mantel viejo y sucio. –Lo encontré en la orilla del río hace años, antes de la operación que me tuvo en cama, mientras pescaba en Chivilcoy. Fue el principio de todo esto. El es Bobby.
El Paraguayo destapó una jaula en la que había un gato angora, enteramente blanco, cubierto por un pelaje tan largo que habían tenido que hacerle trenzas y colitas chilindrinezcas con hebillas a lo largo y a lo ancho del lomo. Al verme, el felino se abalanzó contra los barrotes de la jaula.
-Grrrrrr ¡Guau! ¡Guau guau guau! ¡Guauuuuuu guau guau! –ladró desencajado, mirando al cielo raso, dejándome atónito.
-¡Bobby! ¡Basta, Bobby! ¡Acostate ahí! –gritó el Paraguayo. -Volvamos al living.


-Cuando en 1798 Napoleón invadió Egipto, se encontró con mucho más que su afán de ganar territorio estratégico para su lucha contra los ingleses. Parece que en excavaciones posteriores, descubrieron que los viejos egipcios sabían de un día que los dioses habían señalado como el “principio del mundo”. Sí, al revés de todas esas profecías que hablan del apocalipsis, los tipos hablaban de volver a empezar.
-Como Lerner –acotó Juan
-Como Lerner, sí. Pero rodeados de pirámides y abanicando faraones.
-¿El Día al Revés? –pregunté, pensando en el mensaje supremo. No por superior, por la suprema de pollo.
-Como la canción de María Elena Walsh –sumó Juan
-No, ese era el Reino –corrigió esta vez el Paraguayo. –Aunque se cree que María Elena fue integrante de la Orden Alrevesiana Universal, que yo mismo integro. El propio Napoleón la fundó, después del descubrimiento en Egipto, y cientos de personajes célebres o anónimos intentaron descubrir cuándo sería: Charles Dickens, Edgar Alan Poe, Ringo Bonavena, John Kennedy, Tangalanga…
-¡¿Tangalanga?!
-Sí, Tangalanga se dedicó más que nadie en el último siglo en averiguar dónde estaba la profecía oculta. Hubo una falsa idea de que iba a ser en el primer día del 2000. Pero así como las computadoras siguieron andando, el mundo siguió al derecho.

A esta altura, estábamos absortos. Todo parecía una locura, pero Juan había visto al Paraguayo escribir al revés. Empecé a recordar casos de gente que conocía personajes absurdos que tenían raras capacidades inversas. El gato ladrador, de hecho, me había soplado el esceptisismo.

-El papel que encontraste en la milanesa del misterioso Chino…
-…misteriosa es la mercadería que usan para el arroz con vegetales que venden al mediodía –interrumpió de nuevo Juan, pero el Paraguayo no lo escuchó.
-...dice una fecha, con números romanos. Ocho, doce, trece. Ocho del doce. El ocho de diciembre. Dos mil trece. No falta nada. Eso sí, hay que hacerse cargo. Hay que juntar gente que se prepare para recibirlo. Como una secta, pero simpática y sin sacarle guita a la gente ni chamuyar.
-¿Pero qué va a pasar? ¿Cómo es el Día al Revés? –pregunté, pensando en dos, diez, veinte, cuarenta amigos capaces de dar vuelta el planeta.
-Y... algunos creyeron que la Tierra se iba a salir de su órbita y patapúfete. La corriente de Tangalanga no. Todo va a ser al revés. Va a ser el comienzo de un cambio definitivo, positivo. La gente en el supermercado se va a pelear para pagarle al otro. Cuando en la oficina el jefe te pide que te quedes a terminar algo, significa que tenés que darle un abrazo y rajarte. A diferencia de lo que muchos piensan, no va a reinar la anarquía ni a convertirse la sociedad en un caos. Ponele que a lo sumo haya algunos robos confusos. La policía va a detener a las víctimas para que sean juzgadas por los criminales, que, generosos, las van a absolver de todos los cargos. Y después todos juntos se pueden tomar una birra y dar cuenta que no hacía falta robar, porque en el Día al Revés, si te falta algo, otro que lo tiene te lo regala. El jefe, el empleado, los chorros, los jueces, tus amigos, todos pueden brindar y mirar una banda que se despida del escenario cuando está haciendo el primer tema. Pero no perdamos el tiempo. Hay que buscar un lugar que sirva de búnker alrevesístico –dijo el Paraguayo poniéndose de pie y exhibió una sonrisa luminosa.
-Se me ocurre uno –murmuré, pensando que tenía que llamar urgente a varias personas para empezar los preparativos.

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