sábado, 22 de diciembre de 2012

A day in the life

Un amigo que ve muchos documentales me contaba que un día va a pasar. Que tarde o temprano, la órbita sobre la que gira la Tierra se va a chanflear, o era un asteroide, bien no me acuerdo. La cosa es que se va a pudrir todo. Lo mismo con el sol.
Un día el sol se va a enfriar. Yo voy a estar en el balcón pelando un salamín picado fino, alguno va a estar recibiendo las notificaciones acosadoras por un nuevo texto en el blog de Tu Tiempo es Hoy, mi abuela va a estar peleando con el jardinero de la vecina para que no corte ligustrina de su lado de la medianera, Piquín va a estar bailando en lo de Tinelli y zaz, patapúfete, zrácate. El sol se va a oscurecer. Si no viste el low battery, báncate el off.
Y chau mundo. Ahí sí.
Mi amigo también me dijo que las estrellas que vemos brillar en el cielo en realidad están apagadas. Que fueron como nuestro febo, millones de años luz atrás, pero que por la enormísima distancia que nos separa de ellas, el tiempo atravesado hasta llegar a nuestros ojos (lo mejor que tiene este blog es la precisión quirúrgica de los datos) no nos permite verlas como están ahora: apagadas, secas, vacías.
Esa condición, dicen en NatGeo y el programa de Viviana Canosa, impide cualquier tipo de vida en los planetas de las galaxias extranjeras. Así es que podríamos estar solos en el universo. Sí, solos. Ni los marcianitos invadidos de Bradbury, ni Principitos, ET o barriletes cósmicos. Nada. Nosotros, acá, ahora, y nada más.

Y qué carajo me importa, dirás. Mirá con lo que me viene éste en medio de los saqueos, la previa a los brindis, la vuelta de Bianchi a Boca. Pero imaginate si estamos solos, si no hay nada más que oscuridad allá arriba, si Galileo podría haberse ahorrado los palos en el culo de los curas e invertido su tiempo en un buen cursito de musicoterapia, que está tan de moda.

Mirá si nos estamos haciendo mierda y estamos solos. Pensalo diez minutos, el fanatismo maya no viene tan mal. Estás acá, pensando en el autito, en mejorar en el laburo, en no dejarle un quilombo de deudas a tus hijos. No considerás perder quince-minutos-de-tu-fácilmente-reemplazable-día (porque sí, te aviso, tu rutina apesta, sos una tuerca más en el motor) para bajarte del auto, para dejar pasar dos subtes y comprarle unas zapatillas al nene de menos de diez años que pide monedas en el tren mientras tu hijo, tu sobrino, vos, disfrutan del techo y las milanesas con puré que l e s  t o c ó, porque no sea cosa que el planeta esté puesto en reproducción aleatoria y mañana, en otra vida, te toque a vos el subte, un padre golpeador, revolver la basura a la una de la mañana.

Pero no, no creo en la reencarnación. En lo otro, no sé.
Un día plaf, se apagó el sol, y todo lo que vos ganaste y todo lo que otros perdieron es nada. El oro y las cáscaras de banana valen lo mismo. Con ninguno vivís ni sonreís ni sos feliz. Adiós, mundo cruel. Y con nosotros, se extingue la vida. Al menos hasta que un big bang, un gigante fantasmagórico de barba y túnica, quince dioses paganos, una ameba que se convierte en simio, vuelvan a empezar todo de cero.
Si ocurre, ojalá cuando inventen internet este sitio web siga existiendo. Puedo así pedirle al que se tope con estas líneas que no cometan los mismos errores que nosotros. Que entiendan que todo lo que está mal y lo que está bien depende de las personas. Háganse cargo, les pido. Nadie lo hizo por nosotros, nadie lo va a hacer por ustedes. Su tiempo es hoy. O en quince millones de años luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario