jueves, 22 de agosto de 2013

Diario de un tiempista

A la caja de objetos perdidos de la Estación de Sueños (si nadie la vio, es porque se perdió), una señora acercó bien entrada la noche un cuadernito negro con la banda elástica rota. No tenía firma ni datos de su dueño, aunque era evidente que se trataba de un diario íntimo. El texto de un tiempista perdido llenaba las últimas páginas de enojo y descripción. Pasen y vean.

Por Luis Moranelli

Querido diario: 

Tengo bronca, mucha. Vuelo de calentura porque no puedo entender cómo no me di cuenta antes.
Sí, ya sé, no esperabas que empiece así mi relato de la Estación de Sueños. Menos con la excitación con la que el sábado te conté los últimos detalles: que los palos pintados de verde, que los regalos de los padrinos, que de aquí, que de allá. Pero bueno, los finales no se eligen.

Matías Jovet
Igual, pará. No es que la pasé mal, nada que ver. El tema fue otro. Me acuerdo y me da más bronca todavía.
Todo arrancó como siempre; impecable. Un grupo de 20 desquiciados corriendo por el predio de la Universidad de General Sarmiento pegando cantidades estúpidas de guirnalas, armando juegos que no se le ocurrieron ni a los productores del programa de Guido Kaczka, cortando estrellitas, corriendo escenarios, moviendo cajas que antes de empezar ya estaban llenas de donaciones, armando el corralito de Majo para los padrinos, dando forma a la estación con barrera y todo, y una lista larga de etcéteras. Si hasta vinieron nuevos voluntarios que vieron luz y pasaron a dar una mano.
Sí, ya sé, no me digas nada. Te conozco como si fueras mi diario. Que por qué estoy tan mal entonces. No seas ansioso, ya vas a entender.

Lo mejor vino tipo cuatro, cuando empezaron a caer las familias. Creo que en la media hora previa, cuando el Mago Hugo nos dejaba con la boca abierta con sus trucos, nos olvidamos por un ratito que era un tiempo por el Día del Niño y que los protagonistas eran los chicos. Medio que el primero que llegó tuvo que hacerse lugar entre nosotros para tirar las pelotas, despertar a la muñeca y sortear el primer desafío de la búsqueda del tesoro. Cuando empezaron a llegar más nenes nos dimos cuenta que teníamos que volver a nuestro aburrido rol de adultos. Un bajón.

Qué increíble. Si me daba cuenta antes de lo que tenía que hacer esto terminaba feliz. Era como la frutilla del postre, la baba de la siesta, una cosa así. Pero no, una vez más la dejé pasar. Ya sé, no es la primera vez que me pasa, no me retes.
Después arrancaron los chous. Vi a los chicos, sentados en el suelo, seguir con atención a la mima Lorena y sus mensajes. Los vi también reírse con el payaso Hernesto Tasmo, de la infaltable compañía Tutuca, y meterse de lleno en los personajes que les propusieron los Súper Pipiolos. Tampoco me olvido las caras que pusieron cuando Il Carota y Mar Chiquita se pasaban las dagas con la misma naturalidad con la que yo le alcanzo el pan a mi viejo en la mesa. Si hasta los vi disfrutar del espectáculo de tango del ballet Argendanza como si fueran los nietos de Silvio Soldán y dibujar a la par del gran Renzo. Observando a los pibes confirmé eso de que las miradas hablan más que las palabras. Y lo volví a chequear en mi último viaje en combi, pero eso es costal de otra harina, o algo así.

Y dale con que no entendés por qué tanta queja. Es que el problema no es cómo la pasé. El problema es lo que no hice. Me olvidé, o no quise, no me acuerdo. Pero desaproveché la oportunidad y no escribí en ese afiche.

El cierre fue de las bandas. Donde Manda Marinero, Funkyou Funk y Marsupiales nos hicieron cantar, gritar y saltar. Fue para esa hora cuando pasé del estado de muerte gripal a bailar descontrolado con el gran Gastón. Quizá fue el medicamento, o una canción, pero esa energía me sirvió para superar con dignidad la mejor parte: juntar todas las donaciones y llenar al tope el camión de un fletero que nos enseñó que la canción de moda dice algo de unos pajaritos en el aire y no sé qué.

Bueno está bien. Te voy a contar el problema, basta de intriga. ¿Te acordás que un par de renglones más arriba te adelanté que el problema fue no escribir en un afiche? Bueno, era un papel en el que había que contar un sueño. Así de simple, un sueño. Yo no puse nada, como un salame. Resulta que ayer, cuando me iba a sentar a contarte esto, vino mi hermana y me dice que Juani estaba emocionado porque su sueño se había cumplido. Sí, parece que se acordó que puso en el afiche “volver a ver a la princesita”, esa nena incansable que había repetido mil veces cada uno de los juegos del Mundo de Papel y que le había sacado mil sonrisas. Y adiviná qué. La princesita llegó cuando todo estaba terminando, cuando nadie la esperaba. No era lógico que estuviera ahí a esa hora, pero estaba.
Matías Jovet

¿Te das cuenta? Lo de la Estación de Sueños era realidad. No era pura cháchara tiempista. Todos los que escribieron en el afiche, tarde o temprano, van a tener su sueño cumplido. El resto tiene que estar atento porque esa cartulina mágica volverá a desplegarse en el próximo tiempo. Y, te aseguro, ese día no me voy a olvidar de poner mi sueño. Fin de la cita.

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