Por Luis Moranelli
Querido diario:
Tengo bronca, mucha. Vuelo de calentura porque no puedo entender cómo no me di cuenta antes.
Sí, ya sé, no esperabas que empiece así mi relato de la Estación de Sueños. Menos con la excitación con la que el sábado te conté los últimos detalles: que los palos pintados de verde, que los regalos de los padrinos, que de aquí, que de allá. Pero bueno, los finales no se eligen.
Matías Jovet |
Todo arrancó
como siempre; impecable. Un grupo de 20 desquiciados corriendo por el
predio de la Universidad de General Sarmiento pegando cantidades
estúpidas de guirnalas, armando juegos que no se le ocurrieron ni a
los productores del programa de Guido Kaczka, cortando estrellitas,
corriendo escenarios, moviendo cajas que antes de empezar ya estaban
llenas de donaciones, armando el corralito de Majo para los padrinos,
dando forma a la estación con barrera y todo, y una lista larga de
etcéteras. Si hasta vinieron nuevos voluntarios que vieron luz y
pasaron a dar una mano.
Sí, ya sé, no
me digas nada. Te conozco como si fueras mi diario. Que por qué
estoy tan mal entonces. No seas ansioso, ya vas a entender.
Lo mejor vino
tipo cuatro, cuando empezaron a caer las familias. Creo que en la
media hora previa, cuando el Mago Hugo nos dejaba con la boca abierta
con sus trucos, nos olvidamos por un ratito que era un tiempo por el
Día del Niño y que los protagonistas eran los chicos. Medio que el
primero que llegó tuvo que hacerse lugar entre nosotros para tirar
las pelotas, despertar a la muñeca y sortear el primer desafío de
la búsqueda del tesoro. Cuando empezaron a llegar más nenes nos
dimos cuenta que teníamos que volver a nuestro aburrido rol de
adultos. Un bajón.
Qué increíble.
Si me daba cuenta antes de lo que tenía que hacer esto terminaba
feliz. Era como la frutilla del postre, la baba de la siesta, una
cosa así. Pero no, una vez más la dejé pasar. Ya sé, no es
la primera vez que me pasa, no me retes.
Después
arrancaron los chous. Vi a los chicos, sentados en el suelo, seguir
con atención a la mima Lorena y sus mensajes. Los vi también reírse
con el payaso Hernesto Tasmo, de la infaltable compañía Tutuca, y
meterse de lleno en los personajes que les propusieron los Súper Pipiolos. Tampoco me olvido las caras que pusieron cuando Il Carota y
Mar Chiquita se pasaban las dagas con la misma naturalidad con la que
yo le alcanzo el pan a mi viejo en la mesa. Si hasta los vi disfrutar
del espectáculo de tango del ballet Argendanza como si fueran los
nietos de Silvio Soldán y dibujar a la par del gran Renzo. Observando a los pibes confirmé eso de que
las miradas hablan más que las palabras. Y lo volví a chequear en
mi último viaje en combi, pero eso es costal de otra harina, o algo
así.
Y dale con que
no entendés por qué tanta queja. Es que el problema no es cómo la
pasé. El problema es lo que no hice. Me olvidé, o no quise, no me
acuerdo. Pero desaproveché la oportunidad y no escribí en ese
afiche.
El cierre fue de las bandas. Donde Manda Marinero, Funkyou Funk y Marsupiales nos hicieron cantar, gritar y saltar. Fue para esa hora cuando pasé del estado de muerte gripal a bailar descontrolado con el gran Gastón. Quizá fue el medicamento, o una canción, pero esa energía me sirvió para superar con dignidad la mejor parte: juntar todas las donaciones y llenar al tope el camión de un fletero que nos enseñó que la canción de moda dice algo de unos pajaritos en el aire y no sé qué.
Bueno está
bien. Te voy a contar el problema, basta de intriga. ¿Te acordás
que un par de renglones más arriba te adelanté que el problema fue
no escribir en un afiche? Bueno, era un papel en el que había que
contar un sueño. Así de simple, un sueño. Yo no puse nada, como un
salame. Resulta que ayer, cuando me iba a sentar a contarte esto,
vino mi hermana y me dice que Juani estaba emocionado porque su sueño
se había cumplido. Sí, parece que se acordó que puso en el afiche
“volver a ver a la princesita”, esa nena incansable que había
repetido mil veces cada uno de los juegos del Mundo de Papel y que le había sacado mil sonrisas. Y adiviná
qué. La princesita llegó cuando todo estaba terminando, cuando
nadie la esperaba. No era lógico que estuviera ahí a esa hora, pero
estaba.
Matías Jovet |
¿Te das cuenta?
Lo de la Estación de Sueños era realidad. No era pura cháchara
tiempista. Todos los que escribieron en el afiche, tarde o temprano,
van a tener su sueño cumplido. El resto tiene que estar atento
porque esa cartulina mágica volverá a desplegarse en el próximo
tiempo. Y, te aseguro, ese día no me voy a olvidar de poner mi
sueño. Fin de la cita.
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