sábado, 6 de abril de 2013

Que no se corte

Tuve un sueño. No, no me pintó el Martin Luther King. Anoche me acosté pensando en las seis de la mañana y los gritos bolicheros que subían en volutas de humo a mi ventana fueron como un arrullo. Me dormí profundamente, y en cuestión de minutos aparecí en un mundo fantástico, parecido al Mundo de Papel.
Por Renzo Layco
Yo estaba con amigos. A algunos los reconocía en caras distintas. Otros no tenían rostro. Había mucha gente en movimiento, y de repente mis amigos, los demás y yo éramos lo mismo. Todos traían y llevaban cosas para Silvia. Silvia era la misma mujer de acá: la esposa de Raúl, la madre de Mati, la heroína del barrio Santa Isabel, Merlo. La que le da de comer a unos 120 pibes todos los sábados, esa que ahora también les da apoyo escolar los días de semana, la que se acomoda los anteojitos ovalados y revuelve el tuco con un palo de escoba devenido en cucharón (hay que conseguir una cuchara para Silvia. Hay que conseguir también un colador grande, gigante, el más grande del mundo).
Del otro lado del sueño, Silvia estaba en La Plata. Se le había inundado su casa como se llenaron de agua las viviendas precarias de las familias que la rodean, de este lado del sueño, en Merlo. Y la gente se movilizaba.
Cientos de miles de personas llegaban de todos lados. También había otros dañados por una enorme catástrofe natural que, entre las sábanas y mi imaginación, también tenía mucho de negligencia política. Nuestros amigos nos confiaban cosas para Silvia y también para los otros damnificados. La tele y las radios dedicaban toda su agenda a vanagloriar la solidaridad de la sociedad. Los diarios homenajeaban la reacción del pueblo en sus tapas.

Me desperté en mitad de la escena hollywoodense.
Eran las 6 de la mañana, los gritos en la calle seguían. Recién descubrí que todavía era de noche cuando me lavé los ojos. No me hizo falta buscar la temperatura en la notebook y abrir los diarios digitales para ver que el sueño era casi idéntico a la realidad. La cocinita, el breve espacio bajo la mesa de vidrio, los cubos que ofician de mueble estaban tapados por bolsas de donaciones que habíamos juntado el día anterior. Mientras, a la capital de la Provincia seguían llegando miles de camiones de todo el país, donde millones de voluntarios clasificaban ropa, elementos de higiene, alimentos no perecederos.

Muchos nos preguntaban por qué llevábamos donaciones a Merlo, si las inundaciones habían sido en La Plata. Todos estaban (están) con La Plata. La sociedad Argentina, considero, tiene condiciones tan meritorias como paradigmáticas. Es como un gran reloj. Un ejemplar de esos que coronan los edificios históricos en las principales ciudades del mundo. Un reloj gigantesco como un molino de viento, con agujas del tamaño de tranvías, números que brillan como estrellas, tuercas forjadas por los más antiguos herreros (“relojeros eran los de antes”, dice mi abuela. Errar es humano. Herrar es equino).
Las grandes catástrofes le dan cuerda al reloj. Los accidentes trágicos, los desastres naturales, las tragedias o masacres mueven los engranajes oxidados y se larga el tic tac. Coberturas 24 horas para ayudar a los evacuados por TV, recitales a beneficio para quienes se quedaron con las manos vacías, artistas, deportistas, aristócratas y gente común (como gusta decir) reemplazan la tarea de políticos, gobiernos, grupos religiosos que abren las cerraduras del interés hasta donde se cierran las de sus billeteras.

Ahora, ¡mirá si fuéramos un cuarto de activos, comprometidos, altruistas durante todo el año! No te digo los 365 días. Ponele que 12 días por año. Doce jornadas, una por mes, de movilización masiva, cuestión de estado, para juntar ropa, frazadas, materiales, alimentos, lavandina, colchones, almohadas, juguetes, sonrisas.
-En las casas de acá –dice Raúl, el marido de Silvia, por las construcciones de madera inclinadas por el viento que rodean al merendero de Merlo- llueva tres minutos o un mes seguido, se inunda todo, siempre.
¿Saben, los canales de televisión, que hay gente que no perdió el colchón, sino que nunca tuvo uno? ¿Quién está más urgido de caridad: alguien que perdió el colchón, alguien que nunca tuvo, alguien que sale en los diarios, alguien que murió, alguien que puede morir? La respuesta es todos, obviamente.

Como no me gusta hacer comparaciones descendentes y los perros que tuve me enseñaron el arte del optimismo, voy por la positiva. Ojalá La Plata sea un antes y un después. No me refiero a la previsión estatal ni a lo que podemos esperar de los poderosos, sino a nosotros, los que pateamos todos los días la calle, los que recorremos autopistas y trenes, bondis y bares, calesitas y balnearios de agua fría pero embravecida. Ojalá no haga falta una catástrofe para reaccionar. Pido a la Tierra (al cielo creo que se llega en cohete, hasta con Papa argentino) que este ejemplo de comunidad, de sacrificio y unión se vuelva moneda corriente.
Que dejemos de mirar para otro lado. En vez de esperar 51 muertos, mejoremos 51 vidas, 100, 850, 42.192.000 estimadas dos años después del censo de 2010.

¿Cómo y dónde empezar?
-El sábado 20 de abril seguimos la construcción del merendero “Matías, Los chicos primero”. Hacen falta manos para ayudar y guita para comprar ladrillos huecos del 12. Anotate con Grandes Esperanzas o Tu tiempo es hoy.
-El domingo 5 de mayo celebramos el Arcoiris más Grande del Mundo, la continuación del Mundo de Papel, con bandas, actores, artesanos y payasos en el centro cultural “Rincón”, de San Cristóbal.
-Manos Abiertas cocina para más de 100 familias en Morón y San Miguel, todos los miércoles y viernes. Necesitan alimentos no perecederos, cocineros y gente dispuesta a sumar transporte.
-Tu Ayuda Suma recibe donaciones para distintas entidades, además del merendero de Merlo, como el Hogar Padre Morello de madres solteras o la ONG Corazón Quemero.
-Los Leoncitos de Moreno es una escuelita de fútbol para pibes del barrio Las Catonas, de Moreno, que necesitan insumos y aportes para funcionar cada vez mejor.
-Corazones Felices es un comedor de Lomas de Zamora que está terminando su gimnasio, donde dan talleres y apoyo escolar a los pibes de Temperley que asisten desde hace diez años.

Que no se corte.

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