Por Renzo Layco |
Yo
estaba con amigos. A algunos los reconocía en caras distintas. Otros no tenían
rostro. Había mucha gente en movimiento, y de repente mis amigos, los demás y
yo éramos lo mismo. Todos traían y llevaban cosas para Silvia. Silvia era la
misma mujer de acá: la esposa de Raúl, la madre de Mati, la heroína del barrio
Santa Isabel, Merlo. La que le da de comer a unos 120 pibes todos los sábados, esa
que ahora también les da apoyo escolar los días de semana, la que se acomoda
los anteojitos ovalados y revuelve el tuco con un palo de escoba devenido en
cucharón (hay que conseguir una cuchara para Silvia. Hay que conseguir también
un colador grande, gigante, el más grande del mundo).
Del
otro lado del sueño, Silvia estaba en La Plata. Se le había inundado su casa
como se llenaron de agua las viviendas precarias de las familias que la rodean,
de este lado del sueño, en Merlo. Y la gente se movilizaba.
Cientos
de miles de personas llegaban de todos lados. También había otros dañados por
una enorme catástrofe natural que, entre las sábanas y mi imaginación, también tenía
mucho de negligencia política. Nuestros amigos nos confiaban cosas para Silvia y
también para los otros damnificados. La tele y las radios dedicaban toda su
agenda a vanagloriar la solidaridad de la sociedad. Los diarios homenajeaban la
reacción del pueblo en sus tapas.
Me
desperté en mitad de la escena hollywoodense.
Eran las 6 de la mañana, los gritos en la calle
seguían. Recién descubrí que todavía era de noche cuando me lavé los ojos. No
me hizo falta buscar la temperatura en la notebook y abrir los diarios
digitales para ver que el sueño era casi idéntico a la realidad. La cocinita,
el breve espacio bajo la mesa de vidrio, los cubos que ofician de mueble
estaban tapados por bolsas de donaciones que habíamos juntado el día anterior.
Mientras, a la capital de la Provincia seguían llegando miles de camiones de
todo el país, donde millones de voluntarios clasificaban ropa, elementos de
higiene, alimentos no perecederos.
Muchos
nos preguntaban por qué llevábamos donaciones a Merlo, si las inundaciones habían
sido en La Plata. Todos estaban (están) con La Plata. La sociedad Argentina,
considero, tiene condiciones tan meritorias como paradigmáticas. Es como un
gran reloj. Un ejemplar de esos que coronan los edificios históricos en las principales
ciudades del mundo. Un reloj gigantesco como un molino de viento, con agujas del
tamaño de tranvías, números que brillan como estrellas, tuercas forjadas por
los más antiguos herreros (“relojeros eran los de antes”, dice mi abuela. Errar
es humano. Herrar es equino).
Las
grandes catástrofes le dan cuerda al reloj. Los accidentes trágicos, los
desastres naturales, las tragedias o masacres mueven los engranajes oxidados y se
larga el tic tac. Coberturas 24 horas para ayudar a los evacuados por TV,
recitales a beneficio para quienes se quedaron con las manos vacías, artistas,
deportistas, aristócratas y gente común (como gusta decir) reemplazan la tarea de
políticos, gobiernos, grupos religiosos que abren las cerraduras del interés
hasta donde se cierran las de sus billeteras.
Ahora,
¡mirá si fuéramos un cuarto de activos, comprometidos, altruistas durante todo
el año! No te digo los 365 días. Ponele que 12 días por año. Doce jornadas, una
por mes, de movilización masiva, cuestión de estado, para juntar ropa,
frazadas, materiales, alimentos, lavandina, colchones, almohadas, juguetes,
sonrisas.
-En
las casas de acá –dice Raúl, el marido de Silvia, por las construcciones de
madera inclinadas por el viento que rodean al merendero de Merlo- llueva tres
minutos o un mes seguido, se inunda todo, siempre.
¿Saben,
los canales de televisión, que hay gente que no perdió el colchón, sino que
nunca tuvo uno? ¿Quién está más urgido de caridad: alguien que perdió el
colchón, alguien que nunca tuvo, alguien que sale en los diarios, alguien que
murió, alguien que puede morir? La respuesta es todos, obviamente.
Como
no me gusta hacer comparaciones descendentes y los perros que tuve me enseñaron
el arte del optimismo, voy por la positiva. Ojalá La Plata sea un antes y un
después. No me refiero a la previsión estatal ni a lo que podemos esperar de
los poderosos, sino a nosotros, los que pateamos todos los días la calle, los
que recorremos autopistas y trenes, bondis y bares, calesitas y balnearios de
agua fría pero embravecida. Ojalá no haga falta una catástrofe para reaccionar.
Pido a la Tierra (al cielo creo que se llega en cohete, hasta con Papa
argentino) que este ejemplo de comunidad, de sacrificio y unión se vuelva
moneda corriente.
Que
dejemos de mirar para otro lado. En vez de esperar 51 muertos, mejoremos 51
vidas, 100, 850, 42.192.000 estimadas dos años después del censo de 2010.
¿Cómo
y dónde empezar?
-El
sábado 20 de abril seguimos la construcción del merendero “Matías, Los chicos primero”.
Hacen falta manos para ayudar y guita para comprar ladrillos huecos del 12.
Anotate con Grandes Esperanzas o Tu tiempo es hoy.
-El
domingo 5 de mayo celebramos el Arcoiris más Grande del Mundo, la continuación
del Mundo de Papel, con bandas, actores, artesanos y payasos en el centro
cultural “Rincón”, de San Cristóbal.
-Manos Abiertas cocina para más de 100 familias en Morón y San Miguel, todos los
miércoles y viernes. Necesitan alimentos no perecederos, cocineros y gente
dispuesta a sumar transporte.
-Tu Ayuda Suma recibe donaciones para distintas entidades, además del merendero de
Merlo, como el Hogar Padre Morello de madres solteras o la ONG Corazón Quemero.
-Los Leoncitos de Moreno es una escuelita de fútbol para pibes del barrio Las
Catonas, de Moreno, que necesitan insumos y aportes para funcionar cada vez
mejor.
-Corazones Felices es un comedor de Lomas de Zamora que está terminando su gimnasio, donde
dan talleres y apoyo escolar a los pibes de Temperley que asisten desde hace
diez años.
Que no se corte.
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