Por Luis Moranelli y Ariel Caravaggio
Van
diez o quince minutos de conversación. Guillermo, director de la Escuela 8 de
Cildañez, en Lugano, no abusa de las palabras. Usa las justas, pero dice
mucho. En el medio de la charla aparece la tentación: contar la historia desde
el personaje. Segundos después, el protagonista derrumba la idea con una frase.
“El problema es pensar que todo depende de si un director es copado o es
choto”, dice, bien clarito. Un cachetazo para las autoridades, para sus colegas
y para quien escribe esta nota.
Para quienes escriben esta nota. Desde sus computadoras. Desde el colectivo 50. Desde el patio del colegio de la calle Homero, el aula de Dirección que exhibe en su pared la “Defensa de la alegría” de Benedetti (*), quienes la escriben desde la entrada al barrio Cildáñez, ese que tras una obra en el arroyo homónimo había dejado de inundarse. Pero nada es para siempre, y a dos semanas de las tormentas que afectaron a La Plata, Capital, La Matanza y buena parte de la Provincia, todavía se reparten ropa y elementos de limpieza en las puertas de las asociaciones civiles .
Vamos por partes. ¿A qué remite el “todo depende” de Guillermo? La escuela “Reino de Tailandia” funciona con y para la comunidad. Además de recibir a 600 chicos que comen ahí, abre las puertas al barrio. Hay talleres de oficios, clases de baile y de música, y apoyo escolar, entre otras actividades. Así deberían ser todas, pero no. Por eso el que se anima a hacer algo distinto pasa automáticamente al Olimpo de los héroes. La cagada es que muchas veces se queda solo.
Termina la charla. No hay mucho tiempo para hablar, la revolución no se hace desde la silla. Guillermo nos lleva al patio, donde un grupo de chicos, docentes y padres ensayan pasos que, de a poco, empiezan a coordinar. Entre la música y el ruido de los pibes que juegan al vóley en la canchita, Federico, profe de música, cuenta: “Bailamos ritmos típicos de Bolivia, como tinku, caporales y morenada, danza paraguaya y murga porteña”.
No es el acto del 25 de mayo con la lavandera y la Junta. No es la zamba ni el tango. Pero tampoco son costumbres completamente extranjeras, las que practican en el colegio de Cildáñez. Todos los alumnos, paraguayos, argentinos, bolivianos, los docentes y padres aprenden las danzas típicas y se visten con los colores del arcoiris. Y al final, liberan todas a la vez.
Con todo eso van a armar un mega baile en la calle, que repetirán varios sábados a la tarde. “La idea es que la gente se sume a la ronda y se integre hasta que se forme una única danza”, explica Guillermo, mientras se prepara para seguir con el ensayo. Sí, él también es un director de escuela que baila danzas sudamericanas, pero dijimos que no íbamos a hablar del personaje, perdón.
*
Defensa de la alegría
Mario Benedetti
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
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