domingo, 1 de abril de 2012

Caminante, hay camino


Daniel Mecca es un joven periodista y amigo que demuestra que la madurez no está emparentada con la edad, sino con lo vivido. Como tuvo reiteradas experiencias dando apoyo escolar en la Villa 20, de Lugano, le pedí que usara su historia para contagiar a la gente de solidaridad, le pedí que enumerara las razones para colaborar.
Como lo conocía, ya sabía que Mecca no me iba a hacer caso en una puta línea. Sabía que iba a citar al Che y a un tal  Dschelaleden Rumí a la vez, que iba a sacudirnos la modorra del conformismo occidental, a recordar que "somos apenas un pliego de un pliego de una ola en un inmenso mar inmenso". Mecca y la desobediencia van de la mano. Y desobedeciendo, empieza su texto. Entrenlén.


“No hay caminos, hay que caminar”, filosofa una antigua frase. Empecemos, entonces, por la desobediencia: sí hay caminos y sí hay que caminar. En la arquitectura incierta de los días, es importante saber hacia dónde vamos siempre –hacia dónde queremos ir- para empezar a construir el quiénes somos. Tener en claro el camino, no perder el foco, es una las estructuras conceptuales necesarias para toda lucha.

Es fundamental, en este tramo, plantear la falsedad de la caridad: quien la lleva adelante no piensa jamás en los dos demás, sino, por el contrario, en lavar sus propias culpas burguesas-religiosas y enunciar su propia salvación en vida y en muerte. En contraposición, es necesario elevar el carácter de lo solidario, de lo colectivo, de lo político, de lo espiritual. Dijo Dschelaleden Rumí: donde empieza el amor, muere el yo, ese déspota tenebroso. He ahí una de las claves: salir de uno mismo -de la esclavitud de uno mismo-, ceder parte de nosotros, de nuestro tiempo, empezar a dejar de lado la masturbación mercantilista, romper con la ceguera institucionalizada y egoica; pensar que, como me dijeron una vez, somos apenas un pliego de un pliego de una ola en un inmenso mar inmenso. Y, precisamente, hay que dejar de pensar que somos el mar. Y el amor allí, por supuesto, allí, como un significación dialéctica de creación, que es vida, latido, vientre: construir así sin exigir nada a cambio, amar sin pedir nada. Nacerse. Despertar del falso sueño en que andamos. Pelear por un mundo mejor es un acto de amor y de revolución, y que, como planteó alguien hace muy poco, al que le indigna la opresión es un revolucionario.
Y, sabemos, bajo este sistema sociocultural y político bajo el que respiramos, la historia se repite como tragedia, como farsa y otra vez como tragedia: hay opresores y hay oprimidos. Más aún, el oprimido es el cimiento del sistema y es necesario que haya pobres para que haya ricos: carne de capitalismo. ¿Consignas del siglo pasado? La opresión está más vigente que nunca y ésa es la única respuesta. Y ahí estás, planteándote hacia vos mismo –en el mejor de los casos, porque habla de que ahí hay un corazón latiendo- planteándote la pregunta de qué puedo hacer yo ante este pandemonium neurótico de siglos de explotación; qué puedo hacer yo para cambiar la realidad si sólo soy uno más; y entonces suele llegar la frustración retórica: que es imposible luchar contra el poder; que yo no voy a cambiar el mundo; que sálvese quien pueda. Estos planteos, son, precisamente, funcionales a los comisarios del mundo, los dueños de todo y suelen evidenciar las excusas propias para no hacer nada.
Cambiar el mundo no necesariamente implica hacer una guevariada y tomar Sierra Maestra. Cambiar el mundo puede ser simplemente sacrificar tu tiempo para contribuir, desde tu lugar, a abrir conciencias, pelear por un lugar mejor. Puede ser, para dar un ejemplo, ir a dar clases a villas o espacios carenciados, luchando contra la criminalización de la pobreza instalada desde el poder (económico, mediático,  político, etc).
Porque la educación es la base necesaria de toda sociedad. Y allí, a esos pobres invisibles, que quedaron afuera de todo y todos, esos suicidados por la sociedad, necesitan de la educación para tener un sentido crítico, para que no los dominen, los castiguen ni los pasen por arriba nunca más, y por lo tanto poder emanciparse, alguna vez, del opresor (y así, en todos los estratos sociales). Considero esa experiencia muy importante para comenzar a edificar la arquitectura de la transformación social. Por supuesto también tener en claro que el hambre es un crimen pandémico y hay que erradicarla para siempre, proclamando y luchando por la igualdad económica. Cambiar el mundo no necesita soñadores, esa justificación estética para, otra vez, hacer absolutamente nada. Cambiar el mundo necesita hechos concretos, solidarios, sociales, colectivos, artísticos. Participar, moverse, organizarse –en todos sus aspectos-, involucrarse, denunciar, comprometerse, todos verbos que llevan a la revolución de la vida, de la sociedad y del corazón. Quizás, quien sabe, este texto pueda despertar algo en alguien, por mínimo que sea, y se siga formando el vientre para socializar la resistencia.   
En lo personal creo en lo político, en lo espiritual (no confundir con lo religioso) y en lo artístico como herramientas profundas para la transformación: en esas columnas peleo para evolucionar –y revolucionar- como persona, como ser, para salir de mí mismo (que no implica perder la identidad) y entrar en el todo, en la naturaleza, en lo colectivo, en la sensibilidad, la igualdad y, finalmente, en la libertad. Es el escenario de estar vivo. El conocimiento nos hace responsables, dijo el Che. Todos vemos lo que pasa ahí afuera y no hacer nada implica rozar el umbral de la complicidad, por omisión, desgano, individualismo, o, nefastamente, porque simplemente se está de acuerdo.Seamos responsables entonces de ese conocimiento, que nunca es tarde, que el tiempo es hoy. Caminante hay camino: tengamos en claro el camino y empecemos a caminar.


Para leer más de Daniel Mecca, pueden entrar a su página cliqueando acá. Bueno, cliqueando 58 caracteres más atrás, donde dice página. Salud!

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