Daniel Mecca es un joven periodista y amigo que demuestra que la madurez no está emparentada con la edad, sino con lo vivido. Como tuvo reiteradas experiencias dando apoyo escolar en la Villa 20, de Lugano, le pedí que usara su historia para contagiar a la gente de solidaridad, le pedí que enumerara las razones para colaborar.
Como lo conocía, ya sabía que Mecca no me iba a hacer caso en una puta línea. Sabía que iba a citar al Che y a un tal Dschelaleden Rumí a la vez, que iba a sacudirnos la modorra del conformismo occidental, a recordar que "somos apenas un pliego de un pliego de una ola en un inmenso mar inmenso". Mecca y la desobediencia van de la mano. Y desobedeciendo, empieza su texto. Entrenlén.
“No hay caminos, hay
que caminar”, filosofa una antigua frase. Empecemos, entonces, por la
desobediencia: sí hay caminos y sí hay que caminar. En la arquitectura incierta
de los días, es importante saber hacia dónde vamos siempre –hacia dónde
queremos ir- para empezar a construir el quiénes somos. Tener en claro el
camino, no perder el foco, es una las estructuras conceptuales necesarias para
toda lucha.
Es fundamental, en
este tramo, plantear la falsedad de la caridad: quien la lleva adelante no
piensa jamás en los dos demás, sino, por el contrario, en lavar sus propias
culpas burguesas-religiosas y enunciar su propia salvación en vida y en muerte.
En contraposición, es necesario elevar el carácter de lo solidario, de lo
colectivo, de lo político, de lo espiritual. Dijo Dschelaleden Rumí: donde
empieza el amor, muere el yo, ese déspota tenebroso. He ahí una de las claves:
salir de uno mismo -de la esclavitud de uno mismo-, ceder parte de nosotros, de
nuestro tiempo, empezar a dejar de lado la masturbación mercantilista, romper
con la ceguera institucionalizada y egoica; pensar que, como me dijeron una
vez, somos apenas un pliego de un pliego de una ola en un inmenso mar inmenso.
Y, precisamente, hay que dejar de pensar que somos el mar. Y el amor allí, por
supuesto, allí, como un significación dialéctica de creación, que es vida,
latido, vientre: construir así sin exigir nada a cambio, amar sin pedir nada. Nacerse.
Despertar del falso sueño en que andamos. Pelear por un mundo mejor es un acto
de amor y de revolución, y que, como planteó alguien hace muy poco, al que le
indigna la opresión es un revolucionario.
Cambiar el mundo no necesariamente implica hacer una guevariada y tomar
Sierra Maestra. Cambiar el mundo puede ser simplemente sacrificar tu tiempo
para contribuir, desde tu lugar, a abrir conciencias, pelear por un lugar
mejor. Puede ser, para dar un ejemplo, ir a dar clases a villas o espacios
carenciados, luchando contra la criminalización de la pobreza instalada desde
el poder (económico, mediático, político, etc).
Porque la educación es
la base necesaria de toda sociedad. Y allí, a esos pobres invisibles, que
quedaron afuera de todo y todos, esos suicidados por la sociedad, necesitan de
la educación para tener un sentido crítico, para que no los dominen, los
castiguen ni los pasen por arriba nunca más, y por lo tanto poder emanciparse,
alguna vez, del opresor (y así, en todos los estratos sociales). Considero esa
experiencia muy importante para comenzar a edificar la arquitectura de la
transformación social. Por supuesto también tener en claro que el hambre es un
crimen pandémico y hay que erradicarla para siempre, proclamando y luchando por
la igualdad económica. Cambiar el mundo no necesita soñadores, esa
justificación estética para, otra vez, hacer absolutamente nada. Cambiar el
mundo necesita hechos concretos, solidarios, sociales, colectivos, artísticos.
Participar, moverse, organizarse –en todos sus aspectos-, involucrarse,
denunciar, comprometerse, todos verbos que llevan a la revolución de la vida,
de la sociedad y del corazón. Quizás, quien sabe, este texto pueda despertar
algo en alguien, por mínimo que sea, y se siga formando el vientre para
socializar la resistencia.
En lo personal creo en
lo político, en lo espiritual (no confundir con lo religioso) y en lo artístico
como herramientas profundas para la transformación: en esas columnas peleo para
evolucionar –y revolucionar- como persona, como ser, para salir de mí mismo
(que no implica perder la identidad) y entrar en el todo, en la naturaleza, en
lo colectivo, en la sensibilidad, la igualdad y, finalmente, en la libertad. Es
el escenario de estar vivo. El conocimiento nos hace responsables, dijo el Che.
Todos vemos lo que pasa ahí afuera y no hacer nada implica rozar el umbral de
la complicidad, por omisión, desgano, individualismo, o, nefastamente, porque
simplemente se está de acuerdo.Seamos responsables entonces de ese
conocimiento, que nunca es tarde, que el tiempo es hoy. Caminante hay camino:
tengamos en claro el camino y empecemos a caminar.
Para leer más de Daniel Mecca, pueden entrar a su página cliqueando acá. Bueno, cliqueando 58 caracteres más atrás, donde dice página. Salud!
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