lunes, 25 de junio de 2012

Bienvenidos a la máquina


(Lucía Luna)
La escuché desde el escenario, entre los murmullos por la preparación de la fiesta que se iba a transformar en una máquina mejoramundos. Una vocecita, que por pigmea no dejaba de ser vigorosa, gritó entre el río de rostros. “¡Ariel, te quiero!”, me seccionó sin anestesia. Para descubrirla tuve que mirar bajo la línea de altura media del público.
Era Jade. Menuda, de pelo rubio y lacio, la hija de Sandra (amiga de la infancia de mi madre y algo así como una tía postiza) me miraba con la atención que un niño de seis años es capaz de dedicar a las cuerdas de una guitarra, a las luces verdes y azules de un escenario, a la pureza de una canción. No pude más que dedicarle el siguiente tema antes de que se acercara a darme un beso. Ahí fue que se congeló el mundo y entendí todo.

Hace tres años, Jade sufrió un accidente que dejó sus latidos colgando de un hilo. Su madre y su tío estaban en la cocina cuando oyeron un estruendo en la habitación. A Jade se le había caído un televisor de 29 pulgadas en la cabeza cuando intentaba mover la mesa con rueditas que lo sostenía.
Trazo Fino (Lucía Luna).
En el hospital Duhau, de José C. Paz, dijeron que no había nada para hacer. La llevaron al hospital Dr. Federico Abete, de Malvinas Argentinas, donde la operaron de urgencia. Los graves daños en su cerebro arrojaban un panorama incierto sobre el futuro de una nena a la que le bastaba con bailar, cantar y dibujar para sonreír.
Unos 20 días más tarde, después de largas cadenas de oración, de nuevas intervenciones quirúrgicas, pronósticos y especulaciones médicas, visitas con cartas, dibujos, estampitas, besos y caricias, sin mencionar la compañía hipnótica e inoxidable de su madre junto a la cama de hospital, Jade despertó.
Otro día comenzó a comer por su cuenta. Después volvió a hablar para hacer un reclamo que quedará grabado en la memoria de su familia como la segunda primera palabra: “caca”. Estuvo internada un mes en el Hospital de Trauma y otros dos meses rehabilitándose en el Fleni.
Hoy, Jade baila, canta, dibuja y se desvela por cualquier manifestación artística. También atiende el teléfono con la insistencia de un telemarketer principiante y la simpatía de un perrito con pelota de tenis nueva.
Principiantes (Lucía Luna).
Jade se recuperó gracias a la ciencia, claro. Pero a mí no me engañan. Algo más tiene que haber. El calor de las manos humanas, de los dedos de una madre tocando los de su hija, coordinados por la red maquinal del sistema nervioso central, el funcionamiento de cada una de las piezas que dan cuerda al reloj corporal, la certeza de que esa máquina además siente, llora, se conmueve, no se basta con el aceite para motor, no son otra cosa que un milagro, o como poco un misterio laberíntico. El amor. La energía. La sal de una lágrima, de dos, de dieciocho, del mar entero.
Cuando todavía no habían empezado las bandas ni había visto a Jade, conocimos a Patricia, la presidenta de los Leoncitos de Moreno. Ella había trabajado la noche anterior, el domingo madrugó para cocinar y coordinar los partidos de fútbol en el polideportivo de Las Catonas, donde juegan unos 170 chicos de 5 a 18 años de distintos barrios humildes. A las 18.30, arrancó para Pelthom. A las 22, tenía que entrar a trabajar otra vez.
-Lo menos que uno puede hacer es estar –nos dijo con una sonrisa de oreja a oreja, con el cansancio guardado en el bolsillo. –Ustedes tienen que pensar en los chicos. Son el futuro. Ellos son felices con lo más primordial, la gente más grande necesita otras cosas, te reclaman. A mí me motivan ellos, el amor que son capaces de dar y recibir.

Vuelvo al bar. Jade se acercó al escenario a darme un beso y, como les contaba, el tiempo se detuvo.
Pude ver entonces, en detalle, la sincro de la máquina mejoramundos. Vi a los chicos de Trazo Fino, de Principiantes y Mantente Alerta listos, la predisposición desde las diez de la mañana de un domingo y las notas musicales contenidas en el aire. Vi el atril de Carlos Urquiza, el pintor que compartió su arte y donó una obra para la rifa con la que colaboraron todos. El instante tieso también contenía las ocho cajas llenas de donaciones que quienes integran Tu Tiempo es Hoy dividían entre ropa, juguetes y alimentos no perecederos; los brindis de barra entre amigos; cada uno de los gestos de felicitaciones y agradecimientos; las camionetas listas para que los músculos (o más bien las panzas cerveceras) trasladen los equipos, los instrumentos, todo lo recolectado.
La máquina es la misma que le abrió los ojos a Jade. La que le permite gritar que me quiere para activar el ciclo nuevamente. Es el sistema del reloj al que se refirió Julio Cortázar y encabeza la columna derecha de este blog (“El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj”). Supe así que si las piezas se mantienen despiertas y juntas, el tiempo se reanuda y puedo dedicarle a Jade y a todos los presentes la canción que seguía. Una canción de amor devenida en pedido de cofradía solidaria, que es más o menos lo mismo.

Lo que puedo y lo que no

Yo puedo ser el sol
que falta en este invierno a tu ventana,
ser el mar en el que flotan versos de Alfonsina,
y a veces Poseidón.

Puedo escribirte hasta la tendinitis,
seguir por la mañana,
charlar con un amigo
sobre dios y el amor,
prender la estufa adentro,
quedarme en el balcón

Nombrar al perro Judas, 
pasearlo con María Magdalena,
ahogar la pena en vino, despedirme otra vez,
volver cuando esté fresco a decirte
“acá estoy, con vos”.

Puedo ser esencial
mostrarte lo invisible a los ojos
y naufragar en barcos de papel
cuando me enojo,
pero no puedo sin vos.
Puedo soñar cambiar 
el mundo con una guitarra,
correr las nubes sólo con un estornudo,
pero no puedo sin vos.

Puedo hacerte llorar, reír, bailar
y a veces consolarte,
ser tu bola de cristal, tu amigo o tu amante
y si hace falta Napoleón.

Bancar la maldición de una gitana,
los cantos de sirena,
un capricho de nena,
la espina de una flor,
un otoño dorado, otro verano gris,

Pelear con la injusticia,
resignarme con el capitalismo,
dar el asiento, recordar los versos que te escribo,
volver cuando estoy cuerdo a decirte
"acá estoy, con vos".

Mantente Alerta (Lucía Luna).
La obra de Carlos Urquiza (Lucía Luna).

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