(Lucía Luna) |
La
escuché desde el escenario, entre los murmullos por la preparación de la fiesta
que se iba a transformar en una máquina mejoramundos. Una vocecita, que por pigmea
no dejaba de ser vigorosa, gritó entre el río de rostros. “¡Ariel, te quiero!”,
me seccionó sin anestesia. Para descubrirla tuve que mirar bajo la línea de
altura media del público.
Era
Jade. Menuda, de pelo rubio y lacio, la hija de Sandra (amiga de la infancia de
mi madre y algo así como una tía postiza) me miraba con la atención que un niño
de seis años es capaz de dedicar a las cuerdas de una guitarra, a las luces
verdes y azules de un escenario, a la pureza de una canción. No pude más que
dedicarle el siguiente tema antes de que se acercara a darme un beso. Ahí fue
que se congeló el mundo y entendí todo.
Hace
tres años, Jade sufrió un accidente que dejó sus latidos colgando de un hilo.
Su madre y su tío estaban en la cocina cuando oyeron un estruendo en la
habitación. A Jade se le había caído un televisor de 29 pulgadas en la cabeza
cuando intentaba mover la mesa con rueditas que lo sostenía.
Trazo Fino (Lucía Luna). |
En
el hospital Duhau, de José C. Paz, dijeron que no había nada para hacer. La
llevaron al hospital Dr. Federico Abete, de Malvinas Argentinas, donde la operaron
de urgencia. Los graves daños en su cerebro arrojaban un panorama incierto
sobre el futuro de una nena a la que le bastaba con bailar, cantar y dibujar
para sonreír.
Unos
20 días más tarde, después de largas cadenas de oración, de nuevas
intervenciones quirúrgicas, pronósticos y especulaciones médicas, visitas con
cartas, dibujos, estampitas, besos y caricias, sin mencionar la compañía
hipnótica e inoxidable de su madre junto a la cama de hospital, Jade despertó.
Otro
día comenzó a comer por su cuenta. Después volvió a hablar para
hacer un reclamo que quedará grabado en la memoria de su familia como la segunda
primera palabra: “caca”. Estuvo internada un mes en el Hospital de Trauma y
otros dos meses rehabilitándose en el Fleni.
Hoy,
Jade baila, canta, dibuja y se desvela por cualquier manifestación artística.
También atiende el teléfono con la insistencia de un telemarketer principiante
y la simpatía de un perrito con pelota de tenis nueva.
Principiantes (Lucía Luna). |
Jade
se recuperó gracias a la ciencia, claro. Pero a mí no me engañan. Algo más
tiene que haber. El calor de las manos humanas, de los dedos de una madre
tocando los de su hija, coordinados por la red maquinal del sistema nervioso
central, el funcionamiento de cada una de las piezas que dan cuerda al reloj
corporal, la certeza de que esa máquina además siente, llora, se conmueve, no
se basta con el aceite para motor, no son otra cosa que un milagro, o como poco un misterio laberíntico. El amor. La energía.
La sal de una lágrima, de dos, de dieciocho, del mar entero.
Cuando
todavía no habían empezado las bandas ni había visto a Jade, conocimos a
Patricia, la presidenta de los Leoncitos de Moreno. Ella había trabajado la noche
anterior, el domingo madrugó para cocinar y coordinar los partidos de fútbol en
el polideportivo de Las Catonas, donde juegan unos 170 chicos de 5 a 18 años de
distintos barrios humildes. A las 18.30, arrancó para Pelthom. A las 22, tenía
que entrar a trabajar otra vez.
-Lo
menos que uno puede hacer es estar –nos dijo con una sonrisa de oreja a oreja,
con el cansancio guardado en el bolsillo. –Ustedes tienen que pensar en los
chicos. Son el futuro. Ellos son felices con lo más primordial, la gente más
grande necesita otras cosas, te reclaman. A mí me motivan ellos, el amor que
son capaces de dar y recibir.
Vuelvo
al bar. Jade se acercó al escenario a darme un beso y, como les contaba, el
tiempo se detuvo.
Pude
ver entonces, en detalle, la sincro de la máquina mejoramundos. Vi a los chicos
de Trazo Fino, de Principiantes y Mantente Alerta listos, la predisposición desde
las diez de la mañana de un domingo y las notas musicales contenidas en el
aire. Vi el atril de Carlos Urquiza, el pintor que compartió su arte y donó una
obra para la rifa con la que colaboraron todos. El instante tieso también
contenía las ocho cajas llenas de donaciones que quienes integran Tu Tiempo es Hoy dividían entre ropa, juguetes y alimentos no perecederos; los brindis de
barra entre amigos; cada uno de los gestos de felicitaciones y agradecimientos;
las camionetas listas para que los músculos (o más bien las panzas cerveceras) trasladen
los equipos, los instrumentos, todo lo recolectado.
La
máquina es la misma que le abrió los ojos a Jade. La que le permite gritar que
me quiere para activar el ciclo nuevamente. Es el sistema del reloj al que se
refirió Julio Cortázar y encabeza la columna derecha de este blog (“El miedo
herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va
corroyendo las venas del reloj”). Supe así que si las piezas se mantienen despiertas
y juntas, el tiempo se reanuda y puedo dedicarle a Jade y a todos los presentes
la canción que seguía. Una canción de amor devenida en pedido de cofradía
solidaria, que es más o menos lo mismo.
Lo
que puedo y lo que no
Yo
puedo ser el sol
que
falta en este invierno a tu ventana,
ser
el mar en el que flotan versos de Alfonsina,
y
a veces Poseidón.
Puedo
escribirte hasta la tendinitis,
seguir por la mañana,
charlar
con un amigo
sobre
dios y el amor,
prender
la estufa adentro,
quedarme
en el balcón
Nombrar
al perro Judas,
pasearlo con
María Magdalena,
ahogar
la pena en vino, despedirme otra vez,
volver
cuando esté fresco a decirte
“acá
estoy, con vos”.
Puedo
ser esencial
mostrarte
lo invisible a los ojos
y
naufragar en barcos de papel
cuando
me enojo,
pero
no puedo sin vos.
Puedo
soñar cambiar
el mundo con una guitarra,
correr
las nubes sólo con un estornudo,
pero
no puedo sin vos.
Puedo
hacerte llorar, reír, bailar
y
a veces consolarte,
ser
tu bola de cristal, tu amigo o
tu amante
y
si hace falta Napoleón.
Bancar
la maldición de una gitana,
los
cantos de sirena,
un
capricho de nena,
la
espina de una flor,
un
otoño dorado, otro verano gris,
Pelear
con la injusticia,
resignarme
con el capitalismo,
dar
el asiento, recordar los versos que te escribo,
volver
cuando estoy cuerdo a decirte
"acá estoy, con vos".
Mantente Alerta (Lucía Luna). |
La obra de Carlos Urquiza (Lucía Luna). |
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