-Y
ahora –dijo Patricia dejando asomar otra vez esa sonrisa frenética- dejo que
hablen ellos.
Ellos
éramos nosotros. Un grupo de los Leoncitos de Moreno, chicos que promediaban
los diez años, se alistaron en una especie de fila escalonada y pararon las
orejas. Nos miraron serios, respetuosos, algunos de ellos escudriñaron nuestros
ojos (yo supe que activaban, pensar que son tan chicos, los radares anti
hipocresía, las antenas que heredaron de sus padres, cuyos organismos generaron
anticuerpos para resistir el doble interés, la mano extendida con un minúsculo alfiler
entre el pulgar y el índice).
No
era joda. Las palabras que eligiera para dedicarles, las frases que les dejara
este grupo de extraños que llegó un domingo cualquiera en una camioneta con
cajas de ropa, libros y paquetes de comida, debían ser dignas de semejante
atención.
Por
supuesto, la altura de las circunstancias resultó más elevada de lo esperado.
Pero lo importante fue la conclusión. Personas como Patricia, líder de los
Leoncitos, dueña de un entusiasmo de acero y una voluntad de titanio, se cargan
sobre la espalda las agujas del reloj, la historia de los libros y los libros
de historia.
Con
cada guiño, con una caricia, un llamado de atención a alguna de las abejas del
enjambre, ella está construyendo el futuro. Y lo sabe. Nos lo confió, como
quien da en un papelito un mensaje revelador a escondidas del Gran Hermano no
sin acariciarte los dedos, durante el cuarto evento solidario en Pelthom. Los chicos,
al igual que sus padres, la escuchan como a una referente, la Seño de los
domingos, alguien que tira por la borda la holgazanería del día en el que el
Dios cristiano descansó. Y lo hace para que el barco de la libertad navegue más
liviano. Los chicos lo saben. Ella, junto a varios colaboradores, sacrifica
cada uno de sus domingos para formarlos, alimentarlos, unir a quienes ven al
deporte como una manera de enderezar el árbol joven.
Nosotros
regalamos uno al mes. Ponele que uno y medio. Así y todo, nos sentimos un
cachito más livianos cuando partimos del polideportivo de Las Catonas. Se trata
de uno de los tantos barrios humildes de Moreno, cuyos jóvenes participan de la
liga de fútbol que los junta cada domingo.
En las Catonas hay monoblocks con familias hacinadas, hay viviendas sociales construidas por el Gobierno, hay asentamientos y casillas que tienen algunos ladrillos por todo lujo. Hay miradas de desconfianza, una parrillita que vende sánguches de chori y vacío, un puentecito que lleva a las canchas que utilizan los Leoncitos y sus rivales.
-Te
hablo lejos para que no escuchen los chicos –cuenta Marcelo, papá de uno de los
jóvenes con sueños tan redondos e inmanchables como la pelota. -Muchos tienen
una madre soltera con siete hermanos, o un padre alcohólico. Yo a mi hijo todos
los sábados y domingos trato de cargarlo en mi autito junto con sus siete u
ocho amigos del barrio, y los llevo a comer una hamburguesa, a pasear a
cualquier lado… a sacarlos de la calle.
La Real Academia
Española dice, primero, “en una población, vía entre edificios o solares”. También sugiere "camino entre dos hileras de árboles o de otras plantas", y la cosa mejora. "Por contraste de la cárcel o detención, la libertad".
Como sea, la RAE nos
importa un pito. El que sabe es Marcelo. El es uno de los profesores de fútbol
que preparan a los Leoncitos de Moreno, “gente noble”, como dice Patricia: “si los
mirás a los ojos te vas a dar cuenta”.
El arribo de las cajas le
roba, por algunos minutos, la atención al balón. Después llegará la
presentación formal de Patricia, el aplauso cerrado de los Leoncitos, la
atracción por la pelota y, en medio de las palabras improvisadas, un pedido
para sumarnos al plantel.
-Vos ya estás para jugar con los veteranos –contestó uno de los pibes. La frase, al igual que la humedad del mediodía, el olor a pasto, los sueños de Patricia, las canciones de la vuelta y la picazón por todo lo que nos queda por hacer, nos valió el día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario