lunes, 2 de julio de 2012

En la boca del León


-Y ahora –dijo Patricia dejando asomar otra vez esa sonrisa frenética- dejo que hablen ellos.
Ellos éramos nosotros. Un grupo de los Leoncitos de Moreno, chicos que promediaban los diez años, se alistaron en una especie de fila escalonada y pararon las orejas. Nos miraron serios, respetuosos, algunos de ellos escudriñaron nuestros ojos (yo supe que activaban, pensar que son tan chicos, los radares anti hipocresía, las antenas que heredaron de sus padres, cuyos organismos generaron anticuerpos para resistir el doble interés, la mano extendida con un minúsculo alfiler entre el pulgar y el índice).
No era joda. Las palabras que eligiera para dedicarles, las frases que les dejara este grupo de extraños que llegó un domingo cualquiera en una camioneta con cajas de ropa, libros y paquetes de comida, debían ser dignas de semejante atención.
Por supuesto, la altura de las circunstancias resultó más elevada de lo esperado. Pero lo importante fue la conclusión. Personas como Patricia, líder de los Leoncitos, dueña de un entusiasmo de acero y una voluntad de titanio, se cargan sobre la espalda las agujas del reloj, la historia de los libros y los libros de historia.

Con cada guiño, con una caricia, un llamado de atención a alguna de las abejas del enjambre, ella está construyendo el futuro. Y lo sabe. Nos lo confió, como quien da en un papelito un mensaje revelador a escondidas del Gran Hermano no sin acariciarte los dedos, durante el cuarto evento solidario en Pelthom. Los chicos, al igual que sus padres, la escuchan como a una referente, la Seño de los domingos, alguien que tira por la borda la holgazanería del día en el que el Dios cristiano descansó. Y lo hace para que el barco de la libertad navegue más liviano. Los chicos lo saben. Ella, junto a varios colaboradores, sacrifica cada uno de sus domingos para formarlos, alimentarlos, unir a quienes ven al deporte como una manera de enderezar el árbol joven.

Nosotros regalamos uno al mes. Ponele que uno y medio. Así y todo, nos sentimos un cachito más livianos cuando partimos del polideportivo de Las Catonas. Se trata de uno de los tantos barrios humildes de Moreno, cuyos jóvenes participan de la liga de fútbol que los junta cada domingo.

En las Catonas hay monoblocks con familias hacinadas, hay viviendas sociales construidas por el Gobierno, hay asentamientos y casillas que tienen algunos ladrillos por todo lujo. Hay miradas de desconfianza, una parrillita que vende sánguches de chori y vacío, un puentecito que lleva a las canchas que utilizan los Leoncitos y sus rivales.
-Te hablo lejos para que no escuchen los chicos –cuenta Marcelo, papá de uno de los jóvenes con sueños tan redondos e inmanchables como la pelota. -Muchos tienen una madre soltera con siete hermanos, o un padre alcohólico. Yo a mi hijo todos los sábados y domingos trato de cargarlo en mi autito junto con sus siete u ocho amigos del barrio, y los llevo a comer una hamburguesa, a pasear a cualquier lado… a sacarlos de la calle.

La calle. Suena como un crimen. A ver.

La Real Academia Española dice, primero, “en una población, vía entre edificios o solares”. También sugiere "camino entre dos hileras de árboles o de otras plantas", y la cosa mejora. "Por contraste de la cárcel o detención, la libertad".

Como sea, la RAE nos importa un pito. El que sabe es Marcelo. El es uno de los profesores de fútbol que preparan a los Leoncitos de Moreno, “gente noble”, como dice Patricia: “si los mirás a los ojos te vas a dar cuenta”.
El arribo de las cajas le roba, por algunos minutos, la atención al balón. Después llegará la presentación formal de Patricia, el aplauso cerrado de los Leoncitos, la atracción por la pelota y, en medio de las palabras improvisadas, un pedido para sumarnos al plantel.
-Vos ya estás para jugar con los veteranos –contestó uno de los pibes. La frase, al igual que la humedad del mediodía, el olor a pasto, los sueños de Patricia, las canciones de la vuelta y la picazón por todo lo que nos queda por hacer, nos valió el día.


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