sábado, 12 de abril de 2014

De burbujas y lágrimas

Las lágrimas nos diferencian de los animales. Nos diferencian de las plantas, de los robots, de las cintas de producción que tienen las fábricas. En las lágrimas viajan sumergidas historias que estuvieron ancladas vaya a saber en qué parte de nuestros cuerpos mortales. Las lágrimas de Lorena, la mujer de Grand Bourg que a los 16 años se escapó de su casa cansada de que su padre le pegara, se evaporan cuando se convierte en Burbuja. 
-Nosotros contamos las historias de la gente que ayudamos porque hay muchos que no se enteran adónde va todo lo que donan. Las historias son más importantes que los nombres o los grupos solidarios -dice Burbuja en la casa de Adriana, un punto de la recorrida del sábado en la que entregamos las donaciones recolectadas en El Laboratorio de Sentidos, el primer tiempo del año.

El sábado arrancó a las 9.30. La casa de Lorena, búnker de la agrupación Corazones Solidarios Burbuja, guarda pilas de cajas, bolsas con ropa, estantes con juguetes. Sólo ella entiende su stock. "La semana que viene me tienen que entrar pañales", dirá más tarde. Como todos los sábados, la payasa de rulos largos y negros, ojos azabaches y la emoción empujando para salir detrás de una espesa capa de sonrisas, sale con Juan José Pardo a recorrer comedores comunitarios, merenderos, casas de mujeres a la deriva con sus hijos, hospitales.
Tras una infancia dura que la alejó del cuidado de su madre, Lorena empezó a pintarse la cara para ir a villas y barrios carenciados a actuar como payasa. Aprendió a hacer globos y un día se transformó en Burbuja.
Pero la grieta en su pecho fue la enfermedad de su hijo.

-Tenía un mal parecido a la "piel de cristal". Necesitaba cuidado absoluto, estar aislado del sol, del pasto, no lo podíamos abrazar. La piel se le lastimaba y caía -recuerda quien, junto a su marido Néstor, gastó fortunas en tratamientos y consultas a especialistas. -Ir a Rosario a ver al Padre Ignacio me cambió.

Lorena, Burbuja -la mujer, la heroína- recuerda que el famoso cura sanador le dijo que su fe era muy grande, que su hijo iba a sanar, pero que ella tenía que compartir el amor que tenía.
-Un día, en un hospital, me di cuenta que alrededor mío había madres llorando por las enfermedades de sus hijos, que no se iban a curar. Yo sabía que mi hijo se iba a curar. Ahí juré que iba a dedicar mi vida a ayudar a todas esas personas.

-¿Qué hacés cuando sentís que tenés el mundo sobre tu espalda, cuando estás triste y encima un montón de gente depende de vos? -le pregunté en el auto, cuando dejamos el merendero Visión de Futuro, que da la merienda y enseña a cocinar a unos 40 chicos de Pablo Nogués.
-Varias veces tuve ganas de largar todo. En una época, me peleaba con mi marido, que no entendía que a la una de la mañana pudiera salir de casa para ir a una comisaría a acompañar a una chica golpeada. Yo le decía que no iba a poder cambiar el mundo, pero podía mejorarlo. Ese día mi hijo me dijo "sos una gran mamá, cuando sea grande voy a ser Paya como vos".
La última vez apareció Juanjo Pardo, ese viejo amigo que encontramos en el camino y es capaz de "derribar cualquier pared", para llevarla de la nariz (una roja y rendonda) a lugares impensados. 

La recorrida incluye la casa de Adriana, una joven de Malvinas a la que el marido le incendió la casa. Quedó, con sus tres hijos, en la calle. Ahora vive en una pieza que le prestó una amiga con un colchón, una heladera y una tele. Sus tres nenes, Steven (1), Cathy (2) y Thiago (4) estiran los brazos cuando Burbuja y Juanjo se van. Ahí es cuando ella le explicó a la mamá de los nenes por qué publica en su Facebook fotos e historias de la gente.
-La gente son sus historias -dice. Sus historias, sus lágrimas y sus sonrisas, pienso yo.

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