domingo, 20 de enero de 2013

Receta para construir un merendero

Ingredientes
-Muchísima arena
-Un montón de piedras
-Una banda de cemento
-Cascotes
-Unos pares de palas anchas
-Unas cuantas palas angostas (?)
-Baldes
-Una mezcladora
-Gente que sepa de construcción
-Nosotros
-Gente que no se canse fácil ni gesticule como si estuviera transpirando petróleo hirviendo
-Nosotros
-Chicas de Lomas de Zamora y afines (no muy delicadas pero con estilo, preferentemente sin miedo al barro, las ampollas, el polvillo en la cabellera y los bichos)
-Cuarenta Patys
-Pan para hamburguesa
-Tomate
-Ketchup
-Mayonesa
-Flores del jardín de Priscila Delicia Abigail.

(no se está muy bien que digamos dentro de un pozo a medio hacer, con el corazón delator palpitando en la garganta y los dedos enredados, pero cada tanto pasan los mates con gustito a yuyo y también a azúcar de las hijas de Silvia, cada tanto nos imaginamos en una competencia a lo Supermatch, jugando a ver quién termina primero el pozo. A veces también nos reímos pensando que la pala se topa con algo duro y eso duro no resulta ser el propio pie, sino un esqueleto de tiranosaurio merlense –cualquier semejanza con la política es pura coincidencia-.

Pero la preparación de nuestra torta de sábado realmente se vuelve menos tediosa, menos sufrimiento y más brillo en los ojos, cuando aparece ella.
-Ya no tengo ocho años -dice.
-Ah ¿Tenés nueve?
-No. Ya terminé los ocho.
Se presenta como Priscila Delicia Abigail, pero nunca sabremos si alguno de esos es su nombre. Es que ella misma confiesa haberlos elegido. Delicia, por su abuela. No le gusta ninguno en especial. Le gustan los tres. Priscila Delicia Abigail.
-El es Luis Edgardo y yo soy Sergio Ariel.
-¡Como la sirenita! –adivina, y recordará el nombre de cada uno de los presentes. A Natalia, por ejemplo (aunque contamos con dos Natalias porque la receta lleva Natalias a gusto), la llama para darle un ramillete de florcitas lilas y amarillas, de esas que crecen como yuyo y de las que nacen las bolitas peludas voladoras que mi abuela llama “panaderos”.
Y mientras habla, cada vez que abre la boca -y mirá que es casi todo el tiempo- frunce el ceño y estira los ojos negros todo lo que le permite el semblante, gesticula como una actriz francesa, no tiene miedo del alambre de púa al que se sujeta con fiereza de cazadora pero sí advierte que las arañas amarillas con negro son malas, tienen un veneno muy fuerte, y yo pocas veces vi a una nena tan chiquita decir tanto con la mirada.
-Cuando me enojo, hago llover –avisa, y por suerte se ve que se enojará sólo mientras estamos almorzando hamburguesas para que después podamos seguir trabajando sobre el alivio del fresco en el pastizal y la tierra húmeda, las lombrices y los cascarudos con un cuerno que buscan el suicidio en los pozos que pronto serán cemento y piedras y cascotes, arena, hierros. El encadenado y la base para las columnas del merendero al que van más de cien chicos del barrio Santa Isabel de Mariano Acosta casi todos los fines de semana.

-Agua
-Fernet. Con Coca, claro.
-Clima tranqui
-La historia inspiradora de una súpermujer, una heroína de carne, hueso y lentes redondos que se reinventa cada día, se sobrepone a la vida y construye mucho mejor que nosotros: construye con la mirada, con los sueños, y llega mucho más alto de lo que le permite el techo de las barreras sociales y económicas.

Preparación
-Sacrificar un sábado de ocio y despertarse lo más temprano que se pueda.
-No asustarse si el cielo está negro, si los nubarrones se abalanzan sobre la ciudad o el viento sopla frío en pleno enero. Tomar igual el subte, bondi o auto más cercano, armar el equipo de mate, cargar bien las conservadoras y repetir “no va a llover” aun cuando del horizonte huyen las primeras gotas insurrectas.
-Cavar cinco pozos de un metro veinte (eran seis, pero uno ya estaba listo, viste). Se recomienda aprender a cavar antes. Si el pozo no supera los 30 centímetros y la aguja del reloj está apurada, esperar a Sebastián, un joven con una pala de hierro que funciona como la Excalibur de Arturo, podría enterrar un elefante en medio día.
-Seguir con atención las instrucciones de Raúl, el marido de Silvia, sus yernos Maxi y Maxi (sí, la receta también lleva Maxis a gusto) y Diego, otro lomense ejemplar que casi dio la vida por la causa (literalmente, zafó de terminar enterrado de un mezcladorazo en la nuca).
-Disfrutar de las hamburguesas. Disfrutar del mate, de cortar una botella plástica para preparar un fernés popular. Reirnos y aprender que la pala necesita recorrido, que hay que enterrarla con el pie, que tantas veces debí aprender de mi viejo y no lo hice, que  n u n c a  e s  d e m a s i a d o  t a r d e, que la sabiduría no se alcanza nunca, que se aprende hasta de los gatos, que hay que escuchar a los chicos, que las hormigas entendieron que por separado son una mancha negra y diminuta en un universo en el que no somos mucho más que otro tipo de hormigas, pero que juntas pueden construir un hormiguero, pueden cuidar a la reina para garantizar la subsistencia, pueden dejarte el culo enronchado si te sentás encima para clavar la pala. Disfrutar, aprender, compartir.
-Tirarse en la cama y respirar, inhalar, suspirar dejando que el aire recorra los pulmones y los músculos resentidos, los que mañana dolerán más, pero pasado menos y en una semanita estarán listos para nuevas batallas. Como pasa con el músculo que vive atrás del pecho.
-Vivir. Que es parecido a construir.

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