Nos
reímos. Sonreímos. Vimos, en silencio, el brillo congelado de la muerte en un
par de ojos vidriosos. Nos arrodillamos ante Javier, un joven de 31 años que
por una rara enfermedad que le produjo agua en el cerebro quedó “como un
vegetal”, como él mismo cuenta, nos arrodillamos ante él y ante su humilde
agradecimiento, nos emocionamos cuando nos pregunta cómo nos fue con el evento
musical, le contamos que Kalimba toca bárbaro y que juntamos muchísimas cosas.
Nos
conmovimos cuando dos vagabundos que nos vieron entrando cajas y bolsas con
ropa pidieron un saco, una camperita, algo, nos aliviamos cumpliendo y
viéndolos abstraer sus miradas de nuevo, dirigir sus ideas al infinito, acaso
al recuerdo nublado de lo que alguna vez fueron. Tuvimos la idea de armar
viandas pero de ropa, una bolsita con un pantalón, una remera, un buzo, y
llevarlas a todo aquel que nos crucemos en situaciones parecidas.
Nos
pusimos azules con rayitas verde fluorescente de tranquilos cuando los
pacientes del Larcade nos contaron lo bien que los trataban sus segundas
madres, las enfermeras, cuando conocimos a Yolanda, Nito y Rosario, tres de los
voluntarios que se encargan de que todos los días en el Mercante los internados
sociales, que no tienen familia, tengan alguien que les hable, que les de la
comida, que les corte el pelo.
Nos
volvimos gris acero cuando supimos que a los pacientes les faltan hasta sillas
para sentarse cuando no dan más de estar en la camilla, cuando nos contaron que
la prótesis para una operación de la que depende el alta puede demorar un año y medio
en llegar, cuando nos enteramos que en el Mercante los enfermos que no tienen a
nadie no comen cuando los voluntarios no los ayudan, cuando nos contaron que la
paciente psiquiátrica que había en ese centro médico el día que relevamos las
necesidades falleció, cuando supimos que Yolanda, Nito y Rosario sólo tienen un
par de señores más que les dan una mano.
Volvimos
extasiados y tapados de ropa en la camioneta que nos prestaron. Transpiramos. Cantamos
y tocamos la guitarra, comimos facturas con mate, unos ensayamos canciones
mientras otros clasificaron siete bolsas gigantes de ropa que nos dieron, que nos
siguen dando. Nos cansamos. Suspiramos. Reflexionamos sin hablar. Nos juramos
seguir, deseamos que las manos se multipliquen.
Quién
iba a creer que un domingo realmente podía ser tan distinto.
Muy bueno lo de la recaudación, muy bueno como lo contaron en el blog.
ResponderEliminarLos felicito a todos, esta bueno que se hagan cosas así para dar una mano a quienes lo necesitan.
Desde mi lugar y a la distancia me ofrezco para ayudarlos en lo que pueda.
besos a todos
Macarena
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