-Queríamos
hacer algo para ayudar, pero no sabíamos por dónde empezar –me cuenta Micaela.
La
frase me suena. Me preocupa repetir frases. Me preocupa repetirme, que la
solidaridad se vuelva un discurso, que los sentimientos se transformen en
palabras. Pero entiendo a Micaela.
¿Cuántos
así habrá en mi barrio? ¿En la provincia de Buenos Aires? ¿Y en el continente?
Pienso.
Recuerdo
a Victoria, cuando me dijo con voz trémula pero convencida que si cada persona
del planeta ayudara a alguien que no tiene para comer, que no tiene para
vestirse, no habría indigencia.
-Con
Juano recorrimos varios hogares o comedores de Ramos Mejía, pero en todos nos
daban vueltas, o nos trataban raro –retoma Mica. Ah, Juano es su hermano –Ninguno nos
convencía. A través de una doctora amiga suya, dimos con Silvia.