martes, 10 de diciembre de 2013

Tu cielo es hoy

Por Ariel Caravaggio

Cuando me preguntan si estoy nervioso, antes de los tiempos, siempre digo que no, que nunca. La siguiente consulta suele ser si tenemos todo listo. Entonces yo respondo que sí, pero que todavía nos falta ajustar una tuerca, perfeccionar un detalle: manejar el clima.
Como no hay gloria sin pena, siempre corremos contra el clima. Algunos se pasan la semana previa al domingo tiempista mirando el pronóstico en el sitio oficial de la NASA. Los más entrados en años le dan bolilla a Confesore. Otros negamos ciegamente cualquier posibilidad de precipitaciones y, cual cuerpo técnico de Alfio Basile, creemos que con no pronunciar la palabra “lluvia” bastará para que no se condense el vapor de agua contenido en las nubes.
Corrimos a lo largo de todo 2013, este entero año al revés que nos tocó vivir con la grata certeza de no haber perdido el tiempo, una carrera contra la lluvia. En el Mundo de Papel, el Arcoíris más Grande del Mundo, la Fábrica de Risas, la Estación de Sueños y el Almacén de Tiempo, los días que fuimos a lo de Silvia a agarrar la pala para avanzar despacito con la construcción del comedor “Matías, Primero los Niños”, hasta cuando tuvimos que trasladar donaciones en camionetas y colectivos mangueados, el cielo nos amenazó, desafiante. Pero nos tenía jurada una última batalla.
Como el ruso Iván Drago para Rocky, como el Tiranosaurio para el tipo de lentes oscuros de Jurassic Park o Alberto Samid para Mauro Viale, el cielo encaró la contienda final de esta película recargado.
Eran las seis de la tarde cuando tenía que arrancar a bailar Pentagrama y el cielo se iba poniendo gris oscuro, negro. Un vientito levantapolleras nos ponía la piel de gallina, pero los más optimistas ni querían mirar a Ariel y Andrés, los sonidistas. Como negando una enfermedad evidente, replicábamos la cábala.
-No va a llover, ¡No va a llover! –nos gritábamos para calmarnos. Ya La Payana había sobrevivido al sopor de las cinco de la tarde y el calor que le doró la espalda a más de una tiempista cedió. Claro, era ir de Guatemala a Guatepeor.

Hay quienes cuentan que varios empezaron a hacer cruces con la sal que sobraba de los tacos del buffete de Manos Abiertas. Dice la -a esta altura- leyenda que hasta en Uruguay alguien hizo una. Sí, en un patio de Montevideo dibujaron una cruz de sal para que en la Universidad Nacional de General Sarmiento, que queda en Los Polvorines, no se largara la lluvia.
Desconectamos parte del sonido, tapamos la consola con el gacebo que cubría los regalos de los padrinos para Navidad (previo traslado a un lugar seguro, por supuesto), avisamos que la rifa se iba a hacer por Facebook y, mientras largaban los tambores de Orlando Gas Siempre fue Banana Esmit (no, no nos quisieron decir por qué se llaman así), los más pesimistas empezamos a pensar en un plan de evacuación.
-Hay dos opciones. Si se larga, llevamos todo bajo techo y cancelamos. No hay tiempo para volver a armar el sonido. Si no se larga…
-Si no se larga, cada banda toca menos, así podemos subir todos –contestaron los pibes de Santo Placard y Evaristo.

Era absurdo. Imposible. Los primeros relámpagos iluminaban la estructura del futuro anfiteatro cubierto de la UNGS. El cielo se volvía cada vez más negro. La gente, en las gradas, resistía aunque empezaba a gotear. El buffete seguía sirviendo cervezas y gaseosas.
Nos dimos cuenta que podíamos cuando estaba terminando el show de Santo Placard. Mirá, yo la verdad no creo en Dios, aunque nunca fue mi idea hablar de religión en Tu Tiempo es Hoy. Porque no somos una ONG religiosa, como no hacemos política partidaria ni nos gusta Mariano Iúdica cuando hace llorar a los tipos que reciben las donaciones en la tele. Pero el domingo, en la UNGS, algo raro hicimos entre todos.
Sí, obvio, hicimos un montón: juntamos juguetes y un camión de alimentos no perecederos, armamos una búsqueda del tesoro desquiciada, jugamos, nos mojamos, sudamos, ofrecimos una feria de artesanos de lo más talentosos, las comidas riquísimas de Manos Abiertas, el arte de Renzo Layco, Jorge Araldi y Martín Gabriel García, la muestra de los chicos de la Fundación Aprendiendo a Aprender, la enseñanza de Silvia y el comedor “Matías, Primero los Niños”… pero hicimos algo más.
Cuando las trompetas y vientos de Santo Placard empezaron a danzar entre el público, en las gradas, y decidimos bailar frente al escenario, descubrimos que había algo de ritual mágico en todo eso. Una procesión similar a la que desplegamos cuando llegamos a los lugares, empezamos a llenar de estrellas y guirnaldas el mundo, levantamos escaleras al cielo y juntamos gente de distintos palos, rubros, edades, procedencias. Estábamos ganándole al tiempo.
Fuimos decenas, cientos de amigos unidos con dos objetivos más claros que el agua que intentaba filtrarse desde temprano en ese domo invisible: ayudar a gente que mejora el mundo y lograr que Evaristo tocara el último tema. Fuimos una masa de energía riéndonos en la cara de ese cielo que fulguraba y nos escupía de rabia, porque no podía con nosotros.
Y sigo sin saber si existe alguien ahí arriba, allá afuera. Si hay seres superiores o vida inteligente en este universo del que sólo conocemos un puñadito de galaxia. Lo único que sé es que sí, podemos manejar el clima. 

Reunidos, sonriendo, agarrándonos las manos y tirando fuerza hacia la misma dirección, podemos lograr lo que sea. Ojalá todos, todos, todos en la tierra lo entendieran. Vamos a tratar de ayudarlos y, si hace falta, convencerlos.

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