Un
día el sol se va a enfriar. Yo voy a estar en el balcón pelando un salamín picado
fino, alguno va a estar recibiendo las notificaciones acosadoras por un nuevo
texto en el blog de Tu Tiempo es Hoy, mi abuela va a estar peleando con el
jardinero de la vecina para que no corte ligustrina de su lado de la medianera,
Piquín va a estar bailando en lo de Tinelli y zaz, patapúfete, zrácate. El sol
se va a oscurecer. Si no viste el low battery, báncate el off.
Y
chau mundo. Ahí sí.
Mi
amigo también me dijo que las estrellas que vemos brillar en el cielo en
realidad están apagadas. Que fueron como nuestro febo, millones de años luz
atrás, pero que por la enormísima distancia que nos separa de ellas, el tiempo
atravesado hasta llegar a nuestros ojos (lo mejor que tiene este blog es la
precisión quirúrgica de los datos) no nos permite verlas como están ahora:
apagadas, secas, vacías.
Esa
condición, dicen en NatGeo y el programa de Viviana Canosa, impide cualquier
tipo de vida en los planetas de las galaxias extranjeras. Así es que podríamos estar
solos en el universo. Sí, solos. Ni los marcianitos invadidos de Bradbury, ni Principitos,
ET o barriletes cósmicos. Nada. Nosotros, acá, ahora, y nada más.
Y
qué carajo me importa, dirás. Mirá con lo que me viene éste en medio de los
saqueos, la previa a los brindis, la vuelta de Bianchi a Boca. Pero imaginate si
estamos solos, si no hay nada más que oscuridad allá arriba, si Galileo podría
haberse ahorrado los palos en el culo de los curas e invertido su tiempo en un
buen cursito de musicoterapia, que está tan de moda.
Mirá
si nos estamos haciendo mierda y estamos solos. Pensalo diez minutos, el
fanatismo maya no viene tan mal. Estás acá, pensando en el autito, en mejorar
en el laburo, en no dejarle un quilombo de deudas a tus hijos. No considerás perder
quince-minutos-de-tu-fácilmente-reemplazable-día (porque sí, te aviso, tu
rutina apesta, sos una tuerca más en el motor) para bajarte del auto, para dejar
pasar dos subtes y comprarle unas zapatillas al nene de menos de diez años que pide
monedas en el tren mientras tu hijo, tu sobrino, vos, disfrutan del techo y las
milanesas con puré que l e s t o c ó,
porque no sea cosa que el planeta esté puesto en reproducción aleatoria y
mañana, en otra vida, te toque a vos el subte, un padre golpeador, revolver la
basura a la una de la mañana.
Pero
no, no creo en la reencarnación. En lo otro, no sé.
Un
día plaf, se apagó el sol, y todo lo que vos ganaste y todo lo que otros
perdieron es nada. El oro y las cáscaras de banana valen lo mismo. Con ninguno
vivís ni sonreís ni sos feliz. Adiós, mundo cruel. Y con nosotros, se extingue
la vida. Al menos hasta que un big bang, un gigante fantasmagórico de barba y
túnica, quince dioses paganos, una ameba que se convierte en simio, vuelvan a
empezar todo de cero.
Si
ocurre, ojalá cuando inventen internet este sitio web siga existiendo. Puedo
así pedirle al que se tope con estas líneas que no cometan los mismos errores
que nosotros. Que entiendan que todo lo que está mal y lo que está bien depende
de las personas. Háganse cargo, les pido. Nadie lo hizo por nosotros, nadie lo
va a hacer por ustedes. Su tiempo es hoy. O en quince millones de años luz.
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